Capítulo 49: EL LABERINTO
Un calor indecente se extendía por mi cuerpo, el contacto de Aedus me estaba encendiendo de una forma que creía no poder soportar más.
Él tomó un lado de mi rostro con su mano libre mientras la otra ejercía presión en mis muñecas, sin intención alguna de liberarme, mordí con fuerza mi labio inferior no siendo capaz de detenerlo cuando su boca volvió a atacar la piel sensible de mi cuello, su mano estaba sobre mi boca para ese entonces, tratando de callar cualquier sonido que quisiera escaparse de mis labios. Mis ojos permanecían cerrados, retorciéndome por el placer infinito que me causaba sus labios y la manera tan provocadora de tocarme, de presionarse contra mí. Abrí los ojos durante un momento, veía borroso, sin claridad hasta que parpadeé un par de veces subiendo la vista para tratar de verlo, pero fue imposible porque por inercia giraba el cuello hacia un lado con el cuerpo totalmente a su merced.
Quería que liberara mis manos, tenía una inmensa necesidad de tocarlo también; de descubrir si sus brazos eran tan fuertes como yo los veía y creía, si su pecho desnudo lograba superar mis expectativas, descubrir qué maravillas sensaciones podía causarme sus manos recorriendo otros rincones de mi cuerpo y qué cosas increíbles podía realizar con su boca. Más de lo que de por sí ya lo hacía.
Sus labios ascendieron de un modo bastante sensual hasta por detrás de mi oreja, la mano que mantenía en mi boca se deslizó hacia un lado sosteniéndome por un lado de la mandíbula.
—¿Lo sientes? —murmuró cerca de mi oído estremeciéndome todo el cuerpo ante el sonido de su voz tan ronca y llena de deseo. Mis ojos ya estaban abiertos, y por más que de mis labios quisiera salir más de una respuesta, no podía hablar.
Me encontraba completamente débil y sin razonamiento, lo único que deseaba era que él siguiera con lo que estaba haciendo. Si él lo hubiese hecho estoy segura que yo me habría entregado por completo a él, que el sentimiento que me dominaba y cegaba en ese momento hubiera perdurado hasta que el arrepentimiento me abrasara.
Pero él se detuvo por completo mientras que yo trataba de normalizar mi respiración descontrolada y mi pulso demasiado acelerado. Aedus soltó mis manos, me encontraba demasiado débil y me sentía incapaz de sostener mi propio cuerpo, mis brazos cayeron lánguidas a los lados de mi cuerpo. Cerré mis puños viendo como Aedus acomodaba sus antebrazos a los lados de mi cabeza y ladeaba su rostro hacia mi oído, susurrando algo que me dejó desconcertada.
—Ella solo es mi alimentadora —me afirmó en voz baja, pero no lo entendí al instante. No podía asimilarlo con claridad encontrándome en aquella condición aturdida y llena de ganas, mi pecho seguía subiendo y bajando en busca de normalidad. «Alimentadora». Él se había distanciado un poco, alejó su cara de la mía mientras su impasible rostro me dejaba mucho más desconcertada. Extendió sus brazos, apartándose más, y me observó con gravedad desde su altura.
—¿Qué? —pronuncié siendo incapaz de comprenderlo, de entender lo que dijo y la manera tan rápida de cambiar de actitud y postura, por más que buscara en su rostro rastros de una clase de broma no logré hallar ningún ápice de diversión en ellos, sus ojos me veían sin expresión alguna.
—No puedes volver a descontrolarme de ninguna manera —aseguró con voz neutra, se alejó de mí y rompió cualquier contacto que manteníamos.
Mi espalda seguía apoyada en la pared, mi cara se contrajo cuando pronunció aquello.
—¿Puedes explicarte mejor? No puedes solo alejarte y ya —reproché, demostrándole en mi tono de voz lo contrariada que estaba.
Él, para ese entonces, ya me había dado la espalda, me impulsé con los codos en un santiamén de la pared yendo a detenerlo por el brazo, pero, como si supiera que yo estaba a punto de hacer aquello, se volvió hacia mí echando su brazo hacia atrás con cierta brusquedad. De igual manera nos quedamos cara a cara, su semblante se había endurecido gravemente.
—¿Qué sucede? —pregunté, normalizando mi voz y tratando de acercarme a él, pero con un gesto de mano él me pidió que no avanzara.
Noté que sus manos estaban hechos puños a los lados de su cuerpo y que estaban ligeramente temblando, como si estuviera controlándose. Él notó mi atención fija en esa dirección y trató de disimularlo.
—Es mejor que te alejes por hoy —espetó con molestia, estaba a punto de volver a girar y marcharse, pero esta vez fui mucho más rápida y me interpuse en su camino, frenándole el paso colocando una mano en su pecho. Él se echó hacia atrás como si aquel simple toque le quemara, eso me dolió y estaba segura de que se vio reflejado en toda mi cara. Tragué el nudo que se formó en mi garganta y lo miré con gesto desafiante.
—¿Qué diablos pasa contigo? ¿Por qué el cambio tan brusco de actitud? Pensé que estábamos bien.
—Debes irte... ahora —exigió en tono seco y autoritario, no le hice caso y me acerqué—. ¡Qué te alejes! —advirtió y me quedé quieta y luego retrocedí ante el resentimiento de su tono.
Él se veía enfadado, pero más lo estaba yo por no saber que le pasaba y porqué le costaba tanto decírmelo.
Bajó la mirada, observé como presionaba con más fuerza sus puños demostrando que evidentemente él estaba conteniendo alguna clase de impulso.
—Aedus —dije preocupada.
Él alzó la mirada y vi como en sus ojos brillaba el fuego del infierno.
—No insistas. No debí permitirme cruzar esa línea que sé que tú no puedes atravesar.
Nos quedamos en un silencio denso, yo recobré los sentidos y experimenté el dolor con el que palpitaba mi corazón. Había perdido gravemente el poco juicio que tenía, era fácil dejarse llevar por sus caricias, todavía más cuando miles de veces me pregunté cómo sería sentir más junto a él.
El semblante de Aedus no titubeó, estaba serio y molesto, y así habló, su tono estuvo cargado de ese sentimiento y un ápice de impotencia filtrándose por su rostro.
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Editado: 12.07.2021