Mia | Híbridos Rebeldes 1

53. Sorpresa

Capítulo 53: SORPRESA

Henry Grayson había perdido a su compañera destinada en manos de un híbrido y debido a ello se estaba sufriendo las consecuencias, el error de uno desató su furia demoniaca hacia toda la especie.

El ritual de la expulsión era producto de una venganza, era un castigo que los híbridos se convirtieran en estables: iguales al resto.

Al menos eso fue lo que yo pude entender con la nueva información que me proporcionó Hareth. Me quedé muda, muy pensativa calculando lo expresado.

—Mi tío está muy dolido y resentido con los de tu especie, no le importó renunciar al poder más preciado y supremo de los licántropos con tal de encargarse personalmente de la condición de los híbridos, él quiso someterlos bajo su voluntad y pudo, consiguió hacerlo porque la gente confía en su palabra.

—Cuando dices “poder más preciado y supremo” ¿a qué te refieres? —mencioné no entendiendo su argumento.

El rostro de Hareth se contrajo de tristeza durante un segundo, sus rasgos evidenciando su pena y angustia.

—El trono licántropo le pertenece a un único linaje: los Grayson —me reveló—. Obtiene la corona el primogénito de la familia, Henry Grayson debió asumir al trono, él era el legítimo heredero. Pero todo eso cambió con la muerte de su compañera, él prefirió otorgarle su lugar a mi madre y convertirse en lo que ahora es. Todo hubiera sido muy diferente en mi familia si hubiésemos seguido la orden establecida, pero la muerte de ella lo cambió todo.

—Él no quiso ser rey sin ella —pronuncié en un hilo de voz por culpa del asombro—. Pero si ella murió, ¿cómo o por qué él sigue con vida? Pensé que tenías muy bajas probabilidades de sobrevivir si tu alma gemela fallece.

—Grayson no la había marcado aún y por ese motivo su vida no peligró, sufrió la pérdida, le afectó esa pérdida, pero no le acercó a la muerte.

«Qué mala suerte», no pude evitar pensar.

—Es terrible todo, pero esto no le dio el derecho de llegar a tanto, está frenando una evolución.

—Un hombre lastimado no tiene límites —me respondió serio—, más cuando pierde a la única razón de su felicidad.

No pude seguir viéndolo a los ojos, bajé el rostro contraído por una repentina inquietud. Tampoco encontré qué decir algo al respecto. Me mantuve callada y no se me ocurría nada para romper esa inesperada sensación de incomodidad.

—Debes estar hambrienta —escuché decir a Hareth, lo miré al instante—, iré a traerte la cena.

—Está bien.

Él se fue y yo aproveché ese tiempo para tomarme una rápida ducha. Conseguí relajarme en ese espacio privado, al menos aliviar la tensión en mi cuerpo porque mi mente no paraba de trabajar martilleándome la cabeza por tanto.

(…)

Recorrí la habitación en ropa interior, no sabía qué ponerme hasta que recordé un hermoso pijama que coloqué en la maleta, la que había llevado al Reino Vampírico.

La encontré intacta en una esquina del cuarto, la abrí ahí mismo y metí la mano en su interior en busca de aquella prenda. La encontré y sonreí, pero entonces la maleta se inclinó y se cayó hacia un lado, esparciendo algunas de mis cosas.

Un sonido en específico captó mi atención, volví a meter toda la ropa arrugada en su interior y luego de eso lo vi, ahí debajo de una mesita que estaba en la habitación como una simple decoración.

Un collar platino, gateé hasta ahí y lo tomé en mi mano descubriendo la forma del colgante: una rosa, pero no solo la forma de los pétalos sino que este dije medía unos cuatro centímetros y tenía hasta la forma del tallo y de las hojas—en este caso dos—en la misma.

A simple vista era precioso, pero yo no lo había puesto ahí, no recordaba tener esto. Pero…

Aedus, él de repente cruzó por mi mente. No había ninguna nota que afirmara mi sospecha, pero así lo dejé. No estaba dudando en decirme que él colocó este collar entre mis cosas.

—¿Qué haces ahí? —escuché la voz de Hareth. Escondí el collar en la palma de mi mano y me puse de pie, girando en su dirección con el pulso totalmente acelerado debido al inesperado subidón de adrenalina.

Lo vi desplazarse hacia la zona de los sofás y ubicar la bandeja de comida sobre la mesita del centro, decidí acercarme así tal cual. Ya no me daba tanta vergüenza mostrarme ante él.

Hareth sentó y yo me quedé parada sin saber qué hacer, aún con los latidos desbocados de mi corazón inquietándome por dentro.  Entonces él palmeo sus piernas y me fui a acomodar sobre ellas.

—Mmm.... —emití recuperando la calma que con tanta urgencia necesitaba—, huele delicioso —deleité el aroma de la comida casera que trajo.

Mi compañero me dio caricias en la espalda, sus dedos pararon en el broche del sostén. Lo miré con los ojos entrecerrados.

—¿Qué pretendes?

—Nada, solo quiero comer... te.

—No juegues tan temprano, lobito.

—Denegado —susurró besando mi hombro.

No me gustaría perder su tacto, ser consumida por su calor me arrastraba al cielo. Me había acostumbrado a tenerlo cerca, a que nos tratáramos con confianza y yo estaba arruinándolo todo ocultándole do mi secreto, esconder a Aedus me estaba guiando a una condena directo al infierno.

No me hacía sentir bien recordar esto y no ser capaz de soltarlo. Había prometido decirle a Hareth, Aedus me había pedido decirle a Hareth también. Debía decirle ya, era ahora o nunca.

Comí despacio, el hambre se había esfumado de pronto dejándome un mal sabor de boca. Así que preferí dejar la comida de lado girando el rostro en dirección a los ojos de mi novio.

—¿Crees que me merezco un castigo?

—¿Te portaste mal en mi ausencia?

—Sí —recordé mi pelea con esa vampira y mi salida nocturna con Aedus: nuestro casi beso.

—¿Quieres recibir esos azotes que tanto anhelas, verdad?

—Me lo merezco —sonreí para no delatar el malestar que se denotaba en mi tono de voz—. Dame una lección y recuérdame que soy tuya.




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