Los sonidos de la llamada entrante llegaban como a través de una gruesa capa de algodón. Averin tomó el teléfono de la mesita de noche con una mano, y la otra continuaba sosteniendo su nuca. Olga miraba con avidez sus labios, deseando sólo una cosa: que dejaran de hablar con Andrei Grigorievich, y volvieran a ella y siguieran devorándola de forma tan impresionante. Que rico es besarlo, mmm... hasta que no comenzó a volver en sí poco a poco.
Se aferraba desesperadamente al borde del abismo y se arrastraba con dificultad, sacudiendo la obsesión y sin dejar de horrorizarse. Ella, cirujana en ejercicio, está tumbada en la cama al costado de su propio paciente operado de una herida de bala — ¡menos mal que no se acostó sobre su herida cosida! — en el estado más indecoroso posible.
Los botones superiores de la bata estaban desabrochados, del peinado solo quedaban buenos recuerdos, los zapatos estaban tirados debajo de la cama. ¡Vergüenza y deshonra! Tuvo una suerte fantástica de que no entrara nadie, eso habría sido una fiesta para todo el departamento, no todos los días se ve semejante vergüenza.
— Andrei, que se se vayan todos a... — Averin interrumpió la llamada y Olga tanteaba frenéticamente bajo la cama, tratando de encontrar sus zapatos mientras se abotonaba la bata y se alisaba el pelo.
Averin terminó de hablar por teléfono y la vio recogiendo las historias clínicas esparcidas por el suelo.
— ¿Adónde vas? — preguntó enojado. — ¡Vuelve aquí!
Y la agarró por la mano. Olga entendía que la única manera de salvar la situación ahora de alguna manera era correr sin mirar atrás, pero escapar ahora era imposible.
— Olga, — repitió Averin con voz severa, —vuelve inmediatamente a donde estabas. Eres mi médico de cabecera, así que regresa a mi cabecera y no recogas polvo debajo de la cama.
— Tenemos un personal muy responsable, — se ofendió por sus colegas Olga, — aquí no hay ningún polvo.
— Cariño, — ahora hablaba en voz baja, como la serpiente tentadora —, nadie entrará aquí, los guardias están advertidos. Te gustó besarme, ¿verdad?
¡Y que se le safen los puntos, a este maldito Averin, si no quiere escucharlo! Pero Olga levantó la cabeza y con orgullo enderezó la espalda.
— No me gustó nada. Sólo te estaba comprobando, Averin, — después de haber caído tan bajo, sería una tontería tratarlo de usted.
— ¿Estabas comprobando? ¿Qué cosa?, —no parecía sorprendido, sino intrigado. — ¿Te interesaba si tengo la lengua en su lugar?
— una apuesta con Shevrigin, el anestesiólogo. Él dijo que no tú no eres gay.
— ¿Yo? ¿Que no soy gay?, — la indignación de Averin no tenía límite. Y entonces se calló y se quedó pensativo. — Bueno, sí, en realidad... Espera, no... oh, sí... Me has confundido totalmente, — le soltó la mano, se frotó las palmas y miró al techo. — ¿Así que crees que parezco gay?
— ¿Y por qué no?
— Está bien, supongamos, —la clavó de nuevo en el suelo con una mirada penetrante. — Pero tú dime una cosa, sinceramente, —Averin parecía serio y concentrado, Olga se tensó, apretando contra su cuerpo las historias clínicas, — ¿por qué esto le interesa a tu anestesiólogo?
La miró con una mirada peligrosa, Olga no pudo aguantar, escondió su rostro detrás de los papeles y comenzó a reir con una risa silenciosa, apoyándose en la mesita de noche.
Averin se reía de tal manera que incluso el guardia metió la cabeza en la habitación, observó con cautela y cerró la puerta.
— Averin, se te van a zafar los puntos, — gimió Olga, agitando las historias clínicas como si fuera un abanico.
— No importa, me coses de nuevo. Ven aquí, — ordenó Averin riendo y volvió a atraerla. Las historias clínicas se dispersaron artísticamente por el suelo. — ¡No seas perezosa, comprueba!
Trató de atraerla a un beso viscoso y agotador, pero esta vez Olga resistió heroicamente.
— Averin, ¿sabes que eres un maníaco? — murmuró, apartándome, aunque con dificultad. — Hay que darte a tomar bromo. ¿De dónde sacas tantas fuerzas? Estuviste a punto de morir en la mesa de operaciones, lo vi.