Desperté temprano. No había podido dormir bien anoche debido a la tormenta. Les tengo un inquieto miedo a los furiosos truenos.
Decido despegar mi cuerpo de la acogedora cama, que siempre me recibe en sus maneras como un abrazo reconfortante y suave, para adentrarme bajo la delciosa agua.
Michelle es mi escogido nombre y Apumayta es mi heredado apellido.
Perú es mi país natal, del cual tengo vagos recuerdos como flashbacks. Pero ahora vivo el típico "sueño americano" con mis padres, Daniel y Nicole Apumayta.
Impactó significativamente en nuestras desdichadas vidas. Escapamos de la desgarradora pobreza, abundante como el banquete de los reyes medievales, que nos tragaba en su miseria y nos undía en su hambriento veneno. Y pensar que en otras parte de este genocida mundo, existen personas que tocaron repetidamente fondo, y no tienen a nadie que los salve.
A pesar del radical cambio nacional, aún guardo en mi memoria, y perdura, las tradiciones y el habla de mis tierras.
Hace apenas unas dos semanas cumplí mis 15 años, fue una fiesta pequeña y familiar, pero esas son las mejores celebraciones. El aroma a amor impregna el aire, y data que no se necesitan grandes cosas para que algo sea especial.
Me perdí en la sensación de paz que transmitían esas pequeñas gotas que cubrían mi cuerpo, no conté el tiempo. Solo me quedé allí, reflexionando sobre la vida como filósofo griego. La tranquilidad y soledad me acompañan y armonizan el ambiente.
Al bajar observé a mi madre y a mi querida e insoportable hermanita de 8, Maite. Se veía que ya habían desayunado y la pequeña ya estaba lista para marcharse.
—¿Tarde? —dice mi madre con cierta gracia—. Antes de cocinar, te llamé dos veces.
—Lo siento, mamá. Es que perdí la noción del tiempo en la ducha, sabes como soy en eso —. Bajé las escaleras apurada—. Quizás me llamaste cuando estaba haciéndolo.
—Descuida, si te sientas ahora y desayunas rápido, llegarás a tiempo —. Rió levemente—. Tu padre te espera en el auto.
Me senté y al igual que un tornado, arracé con todo cada bocado del manjar servido a mí.
En cuanto acabé, tomé como un rayo mi mochila y corrí al vehículo junto con Maite.
—Debiste haberte apurado, ahora llegaremos tarde —se quejó ella.
—Tú también eres lenta en otras cosas —reproché y subimos.
—¿Tarde? —dijo él observándonos desde el espejo retrovisor.
—No hables como mamá, por favor —dije.
—Fue culpa de Michelle, ella no se apuraba —le contestó Maite enojada.
—Ash —. Rodee los ojos con molestia—. No es para tanto, no es el fin del mundo por llegar tarde.
—Tengo asistencia perfecta y no pienso perderla por ti —refutó.
—¡Maite, por favor! Estamos a 10 minutos.
—¡Y entramos en 6 y medio!
—Eres una loca consentida y malhumorada.
—Y tú un caracol lelo con complejo de San bernardo.
—¡Niñas, basta! —habló con voz autoritaria—. Aparte, ¿qué clase de insultos son esos? Quédense calladas o no salen el fin de semana.
Ambas callamos, pero las miradas fulminantes no faltaron.
Estaba ansiosa por volver a ver a Elizabeth, mi mejor amiga. La conocí en el vecindario cuando nos mudamos. Desde ese entonces, nos hicimos unidas.
Algo que nos caracteriza a ambas es nuestra morbosa pasión por los misterios.
Ella también es extranjera, solo que ella proviene de España.
Mi padre primero la dejó a Maite y luego a mí.
Pero al llegar algo me inquietó, era raro, había un gran grupo de personas bastante grande reunida.
Opté por hacerle caso omiso y continué mi caminata.
Escuché un grito que me detuvo, volteo y a lo lejos logré verla, corriendo hacia mí.
—¡Hola! —. La abracé una vez que llegó.
—¡Mimi! ¿Cómo estás? —dice con su caracter alegre mientras corresponde a mi abrazo.
—Bien ¿y tú?
—Bien y... ¿ya te haz enterado? —preguntó con emoción.
—¿Enterarme de qué? —expresé confundida.
—De los chicos nuevos que han llegado —. Su sonrisa nunca abandona su rostro.
—¿Chicos nuevos?
—Sí, pero son chicos cualquiera —agregó misterio a su tono.
—¿Me dirás? —dije impaciente.
—¡Son los hijos de Jhonny Ventura y Vanessa Laport! —soltó alegre mientras daba pequeños brincos.
—¡Shh, quieta! —. La tomé por los hombros para tranquilizarla— ¿Qué? —expresé sin creerlo.
—¿No es emocionante? —. Siguió sonriendo, realmente la enloquecía.
—No puede ser...
—¡Lo es! Es más real de lo que parece.
—Pero... ¿Qué hacen ellos aquí? Creí que estaban en Inglaterra.
—No sé, pero ¿qué importa? Hay que conocerlos mejor —. Me tomó del brazo para llevarme.
—¿Estás loca? —. La detuve—. No podemos acercarnos así de la nada, parecernos raras.
—Todos lo hacen.
—Sí, pero dudo que sea con tu complejo de golden retriever.
—¡Ay, vamos! Solo nos acercamos, saludamos y vamos a clases.
—No, ya debemos irnos, Eli.
—No seas así, es un saludo, ñas clases pueden esperar.
—Y ellos también, vamos.
—Es una oportunidad única —. Intentaba hacerme entrar en razón.
—¿Qué tal en el receso?
—No, falta para eso.
—En el receso o nada —dije firme.
—Bueno, bueno —dijo resignada—. Será en el receso.
Continuamos caminando hacia el salón de clases.
—¿Crees que tendremos a la profesora del año pasado? —pregunté.
—¡¿A eso le llamas profesora?! —espetó incrédula—. Yo le diría "Tronchatoro".
Ambas reímos.
—No seas así, ella era buena... cuando quería.