—Canta para mí —te escuché decir.
Las notas del piano empezaron a sonar, tan armoniosas y delicadas, su voz inundó la habitación. La combinación fue perfecta.
—Voz de ángel —murmuraste. «Mi ángel» pensaste.
Todos quedamos deleitados de diversas maneras. La música nos transportó a un lugar, un recuerdo, incluso a una persona en particular. Alentó nuestros deseos más ocultos. Su voz nos dio calma y esperanza, y anhelo.
Tus ojos brillaron aún más cuando finalizó su presentación. Ambos se buscaron sigilosamente entre todas las personas presentes y, cuando sus miradas coincidieron, sonrieron como dos cómplices con un secreto en común. Yo, en cambio, esperé en vano toda la noche que voltearas a verme.
Debí saberlo, cuando está ella toda tu atención -todo tú- se reduce a una sola persona, y no soy yo.
Cierro mis ojos para contener las lágrimas que empiezan a formarse. Cuento hasta catorce buscando calma. Termino mi trago y pincho tu burbuja.
—Quiero irme —digo. Por primera vez desde que llegamos tus ojos voltean a verme, pero no me ven realmente. Tú no me ves realmente. Ya no.
—¿Ya? ¿Por qué?
—No me siento bien —respondo parte de la verdad. Me escanea de pies a cabeza rápidamente esperando ver algún signo de mi inoportuno malestar.
—De acuerdo.
Se levanta del cojín. Nos despedimos de todos aún ante insistencias, pero les reiteramos que no podemos quedarnos. Yo no puedo seguir aquí.
Ya en la puerta, él vuelve a hacer una última cosa mientras me pongo mi abrigo. La noche es fresca y despejada, invita a tragos, cigarrillos y melancolía.
Volteo hacia el interior y la veo triste despedirse de ti. Su mano en tu brazo, y sé lo que quisieran hacer, los oigo. Conozco sus pensamientos… No puedo soportarlo. Ya no más. Esperé todo este tiempo en vano. Esperé toda mi vida por cosas que no sucederían jamás. La última: tú.
Observo mis zapatos negros brillantes aún en la noche, sintiendo como las lágrimas hacen su camino a través de mis mejillas. Levanto la cabeza al cielo y justo observo como una estrella fugaz pasa. Volteo la cabeza hacia el interior para verlos y vuelvo la vista hacia el cielo pidiendo por un deseo que yo no podría hacer.
De repente siento una suave brisa. Cierro los ojos y sonrío porque sé que mi deseo se cumplió. Doy un paso y vuelo, desapareciendo en la noche con la suave brisa. Mi recuerdo es olvidado y borrado. Ninguno me recordará jamás, tampoco tú, mi amor. ¿Cómo podrías? Si yo nunca existí.
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