Microcuentos de terror

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Mi hijo de cinco años siempre estuvo enamorado del perrito del hijo de la vecina. De manera que cuando lo llevó a casa por enésima vez, le repetí que lo regresara porque tenía dueño. Fue cuando sonrió con complacencia. Vi sus manitas de niño cubiertas de sangre justo antes de escuchar un grito proveniente de la casa de la vecina.

—Ya no tiene dueño, así que me lo puedo quedar.

Me quedé helada al oír que mi vecina gritaba: “¡Mi hijo! ¡Mi pobre hijo!”.




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