Microcuentos de terror

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—¿Papá? —llamé en un hilo de voz.

Lo oí gemir unos metros a mi derecha. Tenía la rodilla destrozada, aun así, me arrastré en su búsqueda.

Pasé al lado de mi madre, cuyo cráneo destrozado no dejaba nada a la imaginación. Mi hermana miraba el cielo, su pecho vuelto contra el suelo. Llegué hasta mi padre, que me miró esperanzado. Fue entonces que cogí una roca.

—¡Maldito! —le dije—. Te advertí que no condujeras si estabas ebrio.




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