Microcuentos de terror

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Detesté al perro desde que lo vi la primera vez husmeando en mi jardín. Ese perro tenía mucho de siniestro. No se marchó hasta que lo eché con la manguera de agua a presión.

Volvió otras veces y otras tantas lo eché.

Pero no fue hasta la séptima vez que vino de noche.

Lo que me despertó fueron sus ladridos y el ruido de sus garras escarbando la tierra. Y allí, a la luz de los focos de los vecinos que se asomaban sobre la valla, estaba el cuerpo putrefacto del que una vez fue su amo.




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