Microcuentos de terror

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De todos los de mi salón, la única que me gustaba era Carlita. Siempre fue buena conmigo. Fue mi pareja de tareas cuando nadie más quiso. Y si bien nunca me defendió, tampoco se rio de las puyas que de continuo era objeto. Por eso, el último día, me dolió decirle que su madre había sufrido una fuerte caída. La pobre voló a casa en medio de sentidas lágrimas.

Mientras todos se preguntaban qué había sucedido con la madre de Carlita, yo eché llave por fuera y rocié la gasolina. Y entonces por fin fui yo quien rio de sus gritos y lágrimas.




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