Microcuentos de terror

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Me despedí de mis hijos con una sonrisa en los labios. Solo empecé a llorar cuando el abogado y el oficial se los llevaron. Mañana iba a morir. Estaba feliz y triste por ello.

Cuando mi abuelo murió dejando una cuantiosa fortuna y ningún testamento, parientes de todo grado volaron como buitres a por un trozo de carne. Se decidió repartir la fortuna para evitar largos procesos judiciales. Pero yo encontré una mejor solución: los invité a cenar y todos murieron envenados.

Moriré por ello, pero al menos, el futuro de mis hijos está asegurado. Todo fue por ellos.




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