Microcuentos de terror

127

El arqueólogo encontró el mural cubierto de suciedad.

Empezó a limpiar, de arriba abajo, entusiasmado por los jeroglíficos que pudiera encontrar. Pero tras el polvo no había jeroglíficos, sino el grabado de un ser de rostro alargado, cuernos, párpados cerrados y enormes colmillos.

Era una estampa que imponía.

El arqueólogo no se amilanó y continuó limpiando. Al llegar a la parte inferior descubrió que a los pies del espantoso grabado yacía una víctima humana.

¡Y el rostro de la víctima era el suyo!

Fue entonces que el demonio abrió sus ojos rojos repletos de malignidad.    




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.