Microcuentos de terror

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—¡Hazlo! —ordenó la voz en un susurro.

La mujer miró la navaja, que se agitaba por el temblor de su mano. Tragó saliva.

—No puedo —repuso—. ¡No puedo!

Lloraba. Las lágrimas anegaban sus ojos. Pero la voz insistió.

—¡Hazlo! Un corte limpio y todo habrá terminado. Sabes que es lo mejor.

Era cierto. La infección había consumido las piernas de su esposo y se extendía por los intestinos en aquellos instantes. Los gritos de dolor sobrecogían el alma.

Al final, se armó de valor y asintió. Su esposo agradeció su determinación con una sonrisa.




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