Microcuentos de terror

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La herida en el vientre era seria y los dos ladrones lo miraban inmisericordes. Conocía a uno, y por eso sabía que después de robarle terminarían la faena.

Se acercaron a él, y entonces, una presencia, una sombra que en ocasiones anteriores había creído entrever por el rabillo del ojo, se materializó ante a él. Era un mastín negro, enorme, aterrador, que en cuestión de segundos dio cuenta de los ladrones.

Por último, se echó a su lado, subió al lomo y el perrazo lo llevó a las puertas del hospital. El joven musitó un gracias y sonrió. Había reconocido la presencia. No podía tratarse de nadie más que de su abuelo, aquel viejo brujo desaparecido años atrás que se había dado por muerto.




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