Microcuentos de terror

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—¡Mi padre y sus excursiones! —maldije por enésima vez.

Nos encontrábamos en el camino del acantilado, un camino tortuoso que llevaba a una meseta, tan popular entre los campistas como difícil su acceso.

Pero yo no era ningún campista. Y solo deseaba volver a la ciudad, a la comodidad de mi casa, a los juegos de ordenador. Cualquier cosa menos estar allí.

Y entonces, un grito y un borrón, seguido por un golpe sordo y algo muy parecido a mi padre estampado contra las rocas del fondo.

Sopló el viento y, cabalgándolo, una voz burlona diciendo que ya podía volver a la ciudad.




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