Microcuentos de terror

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Miró en derredor, temerosa. La clínica clandestina quedaba al cruzar la calle. Se llevó instintivamente las manos al vientre, suspiró, en un fútil intento de coger valor, y atravesó la avenida.

El hombre la recibió con una sonrisa. «Adelante —dijo—. Discreción y eficiencia, ese es mi lema».

La mujer contaba con ello. Lo que iba a hacer era un pecado, pero un pecado necesario. Se acercó al hombre, como para confiarle un secreto. Este estiró el cuello, no vio la navaja que como un rayo la mujer clavó en su garganta.

En la oscuridad que se cernía, reconoció en la mujer el rostro de aquella jovencita que no sobrevivió a la intervención.




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