Microcuentos e historias para el bloqueo creativo

Un juicio futuro

La autopista parecía un océano de vehículos; con el sol pegando desde arriba, también parecía una sartén con personas sobre sus autos, con el rostro fijo en el gran televisor. Parecía flotar encima de todos, pero solo estaba colocado perfectamente. Habían noticias de todas partes, al parecer, más televisores habían sido colocados en lugares de gran afluencia, todos, con la misma noticia, si se le podía llamar así.

—¿Cómo crees que termine esta vez? —le preguntó su jefe. Ambos habían sido de los primeros en salir del coche y tomar parte del sartén de vehículos. A pesar de que al principio quemaba un poco, tuvieron tiempo para acostumbrarse al calor del techo.

—Muerto —bromeó—. Este tipo está loco.

—No está loco, hace lo que nadie se atreve a hacer —dijo el jefe. Todos tenían prohibido hablar sobre política en la estación. En un pasado, el jefe fue un gran alcalde, depuesto por malversar fondos para combatir a los narcos. Tuvo mucha suerte para reasignársele una nueva identidad que solo los dos conocían—. Me da esperanza saber que alguien se interesa por cambiar las calles. Hubo uno, ¿lo recuerdas? Pero lo terminaron matando. Era tan joven.

—Yo solo recuerdo a un sicario.

El jefe cambió el tono, por un momento enojado, por otro, arrepentido.

—Mierda, lo siento, no lo recordé. Era un buen chico, algo arriesgado, nada más.

—Arriesgado, y tonto —le sonrió. La herida que le había hecho en el hospital a veces le dolía, especialmente cuando hablaban sobre él. Si no le hubieran tendido una trampa, seguiría vivo; le hubiese ayudado con otra identidad, le hubiese mostrado las casas, los autos, pero no, él quería justicia.

—Si hubiera podido impedirlo, lo hubiese hecho, Ben. Lo sabes, ¿verdad? Esta ciudad está podrida, pero todo hubiese cambiado, si él no...

—Si él no hubiese muerto.

Su jefe lo miró de reojo, con gesto lastimado y algo molesto; pero era cierto y no tenía por qué soportarlo. Su hermano tomó su decisión, y murió en base a eso; habían culpables, sí, pero les llegaría la hora, tal como al que estaban ajusticiando ahora.

No tendría más de treinta años. Pelo negro, de complexión delgada, con finos rasgos asiáticos. ¿Mestizo? Era lo más probable, así podía negociar con las familias latinas y las chinas sobre las rutas, sin tener que exponerse a insultos de ninguna parte. Un hilillo de sangre le brotaba de debajo de la ceja.

—Mi nombre es Kentaro. —Siempre empezaban diciendo el nombre—. Mis pecados son graves. Yo, Kentaro, dirigente de la pandilla 3, orquesté la matanza de los policías en la calle No. 2. Asesiné a mi esposa cuando la encontré con otro hombre. Mentí, mandé a matar, y maté yo mismo a mis enemigos. Esos son mis pecados, pedazo de mierda.

El encapuchado nunca hablaba. Solo escuchaba, y juzgaba en base a lo que escuchaba. Algo que habían descubierto en muchos de sus juicios era que insultar siempre empeoraba las cosas.

—Mátame ya… —dijo sonriendo a la cámara. Sin duda era alguien imprudente. El encapuchado sacó su pistola y disparó tres veces. La pantalla se cubrió con pedazos rojos y blancos.

—Uno menos, esta ciudad puede dormir en paz durante un poco más de tiempo —dijo su jefe al bajar del automóvil. Más adelante el tráfico volvía a empezar y la gente volvía a sus casas. Era extraño. Esta vez, la pantalla no se apagó, sino que siguió grabando los sonidos. Voces, y hasta un arma.

—Mi nombre es Benjamín. —El Juez limpió la pantalla con su máscara, de modo que su rostro fue visible por primera vez—. He cometido muchos errores en mi vida, pero acercarme a la estación… hablar con él. No sé cómo funciona esto, pero acabaré con todo, es una promesa.

¿Benjamín? El sujeto en la pantalla hasta tenía su misma cicatriz. Su jefe le miró, y supo de inmediato que le habían incriminado, debía ser eso.



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En el texto hay: ideas, tramas, bloqueo creativo

Editado: 09.01.2022

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