El gorrino observaba cómo caían las bayas y las olisqueaba una a una mientras el pastor adormecía sujetado por el tronco del roble.
De repente, uno de sus corderos se acercó a él corriendo y le salto al regazo despertándolo.
El buen hombre lo acarició y, reuniendo a todo su rebaño, volvieron al hogar.