Microrrelatos

Selva

Tras cuatro horas caminando en la selva aceptamos que nos perdimos. Estábamos caminando en círculos. Con la poca luz del ocaso, Silva se subió a un árbol para ver una ruta. Dos horas después llegamos a la orilla del río, a una pequeña playa, era un brazo del Orinoco. Los ruidos de la selva nos sobrecogían. Estábamos advertidos de la presencia de onzas, cunaguaros y pumas y ese temor nos hizo intentar cruzar hasta la otra orilla en donde podríamos llegar al pueblo indígena de Cárida. Tomé una vara larga y antes de dar un paso hincaba la vara en el fango del río para ver su profundidad. Cuando teníamos el agua casi que al cuello, al hincar la vara algo se movió muy rápido y lanzó unos coletazos qué yo pude esquivar, pero Silva no. Era una raya cuya punta le traspasó su puya a la altura del tobillo. Silva grito como loco. Como pude lo fui arrastrando a la orilla, en medio de los gritos de mi compañero; pero ocurrió un milagro, se nos apareció un criollo, un pariente, como le dicen los indios a los mestizos. El iba remando en un potrerito qué es una embarcación pequeña tipo kayak, donde como mucho caben dos personas. Él me ayudo a montarlo, Silva estaba casi desmayado y luego se lo llevó a Cárida. Ahí llamaron por radio y al día siguiente un helicóptero lo evacuó para la ciudad. Yo pase esa noche en la orilla solo, escuchando todos los sonidos de la selva, temeroso de que un caimán, un puma o una anaconda se diera banquete conmigo.



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 19.09.2024

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