—No seré feliz. ¡Ya esto no es suficiente! regresaré con él —dijo y camino a él, alejándose de mí.
Me quedé allí, pasmada, mientras toda la belleza del mundo se desvanecía en una gran nube negra. El sonido de la fuente de agua cristalina de la plaza, enmudeció. Las risas de los niños pequeños y la fragancia de los atortolados en el parque, enardecieron mi alma. Entendí que los paraísos son efímeros cuando somos viciosos al dolor.
—Lo sabía—musité, arrepentida por el tiempo perdido, y volví a repetir— ¡Lo sabía! Solo que no pensé que te fuera tan pronto.