Dirigiéndose al templo, le abordaron sus amigos y con sarcasmo, le preguntaron:
—¿Todavía crees en eso? Tú no eres normal, eres extraño. ¿Por qué dedicarías tanto tiempo y esfuerzo en algo que, quizás, no valga la pena?
Esas palabras angustiaron su corazón. Dudó un instante en responder y bajó su rostro, avergonzado. No obstante, recordó que él era luz del mundo y alzando su rostro, les contestó amablemente:
—Claro que no soy normal. ¡Soy extraordinario! ¡Tan extraordinario que, personas ordinarias, no lo entenderían! ¿Qué ordinario puede ver límite del infinito?
—Ves, estás loco. El infinito no tiene límite
—¿Estás seguro?