No es fácil dejarte ir, es doloroso. Lo sabes, ¿verdad? En realidad, no quiero hacerlo. Allí, en ese cuerpo traslucido que me sonríe animándome a dejar sobre la lápida, la pulsera que compramos en Madrid y, que, por cierto, lleva tu nombre, hace que esto se convierta en nuestra despedida. Y sé que anhelas la libertad y quiere ir a aquel lugar, donde todos son felices; pero no quiero que vayas. Entiéndeme, por favor. Me acostumbré a tu esencia. No obstante, ignora como grito tu nombre, ve a la luz y rompe aquella promesa estar juntos aún en la muerte.