—¡Ya me tienes cansada! Te he dicho que dejes la corredera. — gritó la abuela mientras su nieto, de tres años, corría de un lado a otro divirtiéndose.
—Él tiene demasiada energía y… — comentó una vecina que pasaba por el frente de su casa— necesita quemarla.
—Pero él es demasiado tremendo y su energía me agota.
—Sí, puede ser, vecina..., —sonrió, contemplando al infante haciendo pucheros porque su abuela lo sujetó de su pequeño brazo— pero eso es lo que recordarías si la vida decidiera quitártelo.
—¡Ay, mija, Dios lo guarde!
Lamentablemente, las quejas diarias se hicieron realidad dos meses después.