—¿Por qué eres así?
—Porque así me enseño mi mamá.
—¿Y no has pensado en cambiar?
—No, ¿por qué pensaría eso?
—Y… ¿Ella era feliz?
—No, no sé. Supongo que lo era.
—¿No estás seguro?
Guardó silencio.
—Entonces, por qué no intentas cambiar un poco, a lo mejor te vaya diferente.
—¿Diferente? ¿En qué sentido?
—Por ejemplo, cambiarías un poco si sonrieras con más frecuencia.
—Y por qué tendría que hacer. No es algo que me interese.
—¿Por qué? No logro entenderte. Tú siempre dices que mi sonrisa es hermosa; pero tú, en cambio, estás muy encarados todo el tiempo.