Les escuché reír, no paraban de mofarse de mí. No los entiendo, por qué eran tan crueles conmigo, yo no les hice nada. ¿No somos primos? Las macabras carcajadas no disminuyeron, al contrario, se intensificaban con el paso de los segundos. Cansado de ignorarlos, abrí los ojos y estaba rodeado de blancos reflejos suspendidos en el aire. Un espasmo apareció junto con las náuseas, empecé a sudé. De repente, encendieron la luz de mi habitación, era mi madre. Del susto, salte de la cama. No había nada. Noté que era una pesadilla o eso me dijo ella. No le creí.