Era un juego para niños, mi sobrina me lo prestó e incité a mi adanis a jugar conmigo. Ella, por supuesto, se quejó por haberlo tomado prestado; no obstante, aceptó jugar conmigo y empezó primero. Eran dos lápices, uno para marcar y otro para sellar. Sentí escalofríos cuando me tomó de la mano, pero no dije nada. Hizo rayas y conforme las hacía, yo me calentaba y pensaba en una declaración de amor. Me decepcioné por no tener valor de hacerlo. Sin embargo, leyó mis pensamientos, pues al entregarme el sellado, fue ella quien se acercó y me pidió salir.