Ella caminaba por el pasillo hasta la entrada que la llevaría al combate, sabía que era lo mejor, no solo por los ciudadanos; sino también, por aquel que golpeaba desesperado la puerta, donde segundo antes, lo había encerrado. Pero para él, ella era su vida y no le importaba ni un poco los ciudadanos que las leyes le obligaba a protegerlos. Aunque, lógicamente, comprendía que con toda su fuerza, inteligencia y riqueza no podía hacer nada y solo ella era la única quien podía protegerlos. No obstante, no estaba dispuesto a entregarla, aunque eso significara la destrucción su propia colonia.