Érase una vez una chica muy curiosa. Desde pequeña, siempre le habían gustado las cosas y las historias de miedo. Tanto era su gusto y su curiosidad, que un día decidió ir a un castillo encantado situado en un pueblo de su comarca, del que había oído hablar durante varios meses. Asi que, decidió ir. Se montó en el coche y llegó al pueblo donde estaba el castillo y su supuesto fantasma, un chico de 20 años que murió 500 años atrás. Una vez allí, preguntó a algunos aldeanos sobre la historia. Algunos mostraban su inquietud sobre aquello, mientras otros no creían, ya que simplemente era una leyenda y podía ser una mentira. Sin embargo, todas las leyendas tienen una verdad detrás.
Sin hacerse caso de la gente que mostraba su miedo pero de si de su curiosidad, se encaminó hacia el castillo, cruzando primero el camino de tierra que separaba este del pueblo. Ya en la puerta, entró. Todo estaba oscuro, por supuesto, ya que no había nadie, ni siquiera un guía turístico.
“¿Tanto miedo da esto que nadie quiere saber del tema? ¿Ni siquiera por el morbo? Se preguntó ella mientras anduvo por los pasillos y estancias. Cuando estaba cerca de una habitación que parecía de un chico de la época medieval, notó una presencia extraña. Se volvió, pero no vio a nadie. Volvió a notar una cosa alrededor de ella, y de la nada, volvió a notar una brisa. Un par de segundos después, el yelmo que había en la mesita de noche al lado de cama, se cayó. Asustada, la chica dijo:
La chica al escuchar sus palabras se le hizo un nudo en el estómago. Así que el fantasma no quería hacerle daño a nadie, había visto como mataban a la mujer que amaba delante suya y le obligaron a quedarse en el castillo hasta el día de su muerte.
La chica sacó de su mochila la ouija, la puso en el suelo y se alejó unos pasos y miró al fantasma y él le devolvió la mirada sorprendido
Él asintió, y la chica realizó los pasos necesarios para que el fantasma regresara a donde pertenecía. Una vez hecho esto, él desapareció. Después de aquello, mientras la chica se disponía a recoger sus cosas, se percató de que había un papel en el suelo con una caligrafía medieval donde había un escrito que decía: Gracias por ayudarme, te estaré eternamente agradecido
La chica sonrió y susurró, como si pudiera oírla: - De nada, espero que encuentres la paz que necesites
Y así fue como la chica ayudó al fantasma.