Evie y yo estamos en el porche de su casa de campo tomando un refresco cuando ella me dice:
- Oye…¿Te acuerdas cuando hace unos meses dijiste que querías ser lesbiana o monja porque pensabas que mi primo no te hacía caso?
La miro y le digo: - ¡Evie por favor supéralo! Ese tema ya está zanjado
- Es que no puedo, fue histórico
- ¡Bueno, pero , fue hace unos meses! Y además, lo importante es que todo se ha hablado y míranos.
- Sí, míranos – dice una voz masculina a nuestras espaldas
Las dos nos damos la vuelta. Es él. Está apoyado en el marco de la puerta del porche, con una sonrisa y las manos en los bolsillos. No sé cuánto tiempo lleva ahí ni cuánto ha escuchado, pero por su expresión, diría que todo.
- ¿Cuánto tiempo llevas escuchando? – le pregunto, ruborizada
- Desde que dijiste que querías ser lesbiana o monja porque yo no te hacía caso – responde, avanzando hacia nosotras con calma – Y si, me dolió mucho.
Evie se lleva la mano a la boca - ¡Ay madre!
- Pero también fue cuando me di cuenta de que ya no tenía excusas – añade, ahora mirando solo hacia mí – Porque por muy oftalmólogo que sea, necesitaba oírlo en voz alta para abrir los ojos por fin.
Siento que casi me derrito ahí mismo ante esa confesión
- ¿Y…ahora qué piensas? – pregunto en voz baja
Él vuelve a sonreír, se agacha un poco hasta quedar a mi altura y dice:
- Pues que esta monja ha dormido en mi cama. Y que esta lesbiana me ha dado un beso de buenos días.
Evie suelta una carcajada – ¡Eso ha sido buenísimo!
Yo niego con la cabeza, todavía ruborizada, pero no puedo dejar e sonreír.
- No hacía falta que vinieras a humillarme así, ¿eh?
- No te estoy humillando – dice él, tomándome de la mano – Estoy devolviéndote la escena. Y esta vez sin que tengas que salir corriendo.
- ¿Y qué escena es?
- La de decir lo mucho que te quiero delante de alguien más. Como tú lo hiciste con tu tío.
Me quedo sin palabras. Y Evie, emocionada, dice:
- Vale, y yo me voy antes de que esto se ponga más íntimo y termine presenciando algo que no deba – y desaparece dentro de la casa.
Nosotros nos quedamos en silencio un momento, mirándonos.
- ¿De verdad estabas ahí cuando dije lo de Marta Belmonte?
- Palabra por palabra – dice él con una ceja levantada – Lo de “menudos ojazos tiene” y lo de la voz me dejó tocado.
- ¡No te rías! – le digo, dándole un pequeño golpe en el brazo.
- No me río. Bueno, quizás solo un poco – dice, cogiendo mi mano antes de que me aparte. Pero si quieres te hago un cartel que ponga “Casi me voy con Marta Belmonte, pero me quedé con mi crush el oftalmólogo.
Los dos nos reímos y luego me acerco para besarlo. Porque al final, esa es la frase que importa.