Los días siguientes fueron raros para mí. Sentía que cada momento que pasaba con Mateo me hacía derribar un muro que llevaba años construyendo alrededor de mi corazón- Él no me presionaba ni me exigía nada, sino que solo se dedicaba a estar ahí, apoyándome en todo momento.
Una tarde, mientras dábamos una vuelta por el parque, le confesé:
- No sé si alguna vez voy a poder confiar en ti del todo. Siempre espero que en algún momento todo se rompa como he visto tantas veces
Mateo me miró con esa calma que siempre conseguía desestabilizarme.
- Entonces déjame ser la excepción – me dijo – No me importa cuánto tiempo tarde en demostrártelo, lo único que quiero es que me des una oportunidad.
Sentía que los ojos se me llenaban de lágrimas, ya que era la primera vez que alguien parecía entender lo difícil que era para mí bajar la guardia.
Me tomó de la mano suavemente, como si ese gesto fuera lo suficiente para sostenerme. Y lo fue.
Volvimos a caminar, pero esa vez en silencio, pero este no era incómodo, sino todo lo contrario.
Cuando llegamos a un banco, nos sentamos, y Mateo me miró con una sonrisa tímida.
- No me importa si hoy no confías del todo o si mañana dudas de nuevo. Solo quiero que recuerdes que no estoy aquí para hacerte daño. Estoy aquí porque te quiero y siempre lo he hecho.
Apoyé mi cabeza en su hombro, y aunque mi cabeza era todavía un caos, sus palabras se me quedaron grabadas, porque por primera vez en mucho tiempo, me permití creer que tal vez el amor podría ser diferente a lo que había visto hasta entonces.