Con el paso del tiempo entendí que el miedo no se va del todo, pues se halla en todos los rincones de tu ser, recordándote una y otra vez que todo puede salir mal.
Durante mucho tiempo, creí que amar era entregar tu corazón para que luego alguien lo rompiera a pedazos. Hoy sé que no, que el amor es aprender a caminar incluso dudas, sabiendo que hay alguien que te sostiene.
Mateo nunca intentó salvarme de mí misma, y tal vez fue eso lo que mas me enseñó. No me prometió finales de cuentos de hadas ni de un mañana sin dudas, sino su presencia. Y eso fue suficiente, porque descubrí un refugio en sus silencios y sonrisas, la seguridad de que no estaba sola.
También entendí que amar no significa dejar de tener miedo, sino de permanecer, y en la elección de quedarme con él encontré algo que jamás había conocido: la paz de sentirme querida sin condiciones ni prisas.
Nunca se sabe lo que durará nuestra historia, pero me he dado cuenta de que no se trata de medir el amor en años ni en promesas, sino en momentos que se quedan grabados, por ejemplo, cuando Mateo me toma de la mano o me abraza por las noches.
Puede que mañana ambos volvamos a dudar, pero ya no importa, porque la verdad es que ahora puedo mirarle a los ojos y ser consciente de que lo estoy eligiendo.
Y de esta manera, descubrí que el amor no siempre duele, que a veces cuando llega de la forma correcta, no rompe, sino que sana.
FIN