La primera vez que me di cuenta de que estaba enamorado de ti tenía diecinueve años. No fue nada fuera de lo común, como en las películas románticas, sino algo bastante simple.
Ambos estábamos en el instituto, tú tenías dieciséis y estabas acabando la secundaria y yo estaba cursando un grado superior. Te empezaste a reír por un chiste que te estaba contando una amiga. Tu risa no era exagerada, sino limpia, y yo me quedé mirándote como un tonto, sin saber qué me pasaba.
No me fijé solo en aspecto n porque fueras diferente a las demás. Fue por la forma en la que tus ojos brillaban, como si siempre estuvieras esperando algo más de la vida. Desde ese día supe que, aunque tú no sintieras lo mismo, yo ya te había elegido.
Y te esperé. En silencio, sin prisas, viendo como tú vivías tu vida y yo la mía. A veces pensaba que lo mío era un simple sentimiento, pero nunca desapareció. Al contrario, con los años se volvió más fuerte.
Por eso, cuando por fin me has dejado estar a tu lado, no ha sido el inicio de algo nuevo para mí. Ha sido el momento en que lo que llevaba guardando tanto tiempo por fin ha encontrado su lugar, se ha vuelto parte de lo que soy.