Estoy en mi habitación, sentada sobre el escritorio leyendo un libro, cuando de repente mi móvil suena, sobresaltándome.
- ¿Diga? – contesto, poniendo el marcapáginas mientras me recupero del susto.
- ¡Tiaaa! ¿Sabes qué? – dice Evie toda emocionada – Mi primo está ahora jugando en las pistas de pádel. Anda, ven conmigo
Me quedo en silencio unos segundos, procesando la información - ¿Cómo? ¿Y para qué quiero ir a ver un partido de pádel?
- Pues para ver a mi primo, tu crush, ¿qué clase de pregunta es esa? – responde riéndose – Venga, que ya estoy de camino a recogerte. Ponte algo.
- ¡Evie! – protesto, pero ya ha colgado.
Suelto un suspiro a la vez que cierro el libro y voy corriendo a ponerme algo, porque sé que cuando Evie propone algo, es imposible escaparse.
***
Cuando llegamos, vemos que no hay mucha gente, así que encontramos sitio sin problema.
- Míralo, ahí está – dice Evie, señalando hacia la pista.
Levanto la vista y veo que está concentrado en el partido, mientras devuelve las pelotas a la vez que corre de un lado a otro. Me fijo también en la forma en que suda y siento que el corazón se me acelera ante semejante vista.
- Evie… - susurro, desviando los ojos – No me puedo creer que me hayas traído aquí
- ¿Cómo que no? Si es lo mejor que has podido hacer. Además, mira cómo se mueve, y qué brazos por favor…
- ¡Basta! – la riño en voz baja, muerta de vergüenza.
Y por si no fuera suficiente, él gira la cabeza un momento y nos ve. Levanta la mano para saludarnos y me dedica una rápida sonrisa antes de volver al partido de nuevo. Yo siento que me derrito ahí mismo e intento disimular el rubor que se me sube a las mejillas. Evie, como es típico de ella, no puede callarse
- ¿Lo has visto? Te ha sonreído – dice aplaudiendo.
- Evie, por favor cállate – susurro, todavía con el corazón a mil
El partido sigue y yo trato de fijar la vista en otra cosa, pero me es imposible, pues mis ojos vuelven a él una y otra vez. Cada movimiento suyo me atrapa, y el resto del mundo deja de existir.
No mucho tiempo después, el partido termina tras un último punto bastante reñido. Yo siento como si hubiera jugado también, porque me duelen las manos de tanto apretarlas y el corazón me late muy deprisa todavía.
Él deja la pala en un banco y se acerca a nosotras después de despedirse de sus compañeros. Aunque lleva la camiseta pegada por el sudor, el pelo revuelto y la respiración acelerada, nos sonríe como si no estuviera cansado en absoluto.
- ¿Qué hacéis aquí? – pregunta, sorprendido al vernos.
- He sido yo – responde Evie sin dudar – La he arrastrado para que viniera.
- Más bien me ha secuestrado – susurro bajando la mirada, a pesar de que aún se me nota el rubor.
Él suelta una risa suave que me hace levantarla otra vez sin querer. Y entonces nuestras miradas se cruzan y me quedo atrapada en sus ojos sin ser capaz de apartarme.
- Pues me alegro de que lo hiciera – dice, y esa frase me desarma.
Evie carraspea de manera teatral – Bueno, pues ya lo sabes, primo. Estabas más pendiente de la grada que de la pelota.
- ¡Evie! – protesto, dándole un pequeño golpe, pero eso hace que ellos se rían.
Él no responde, solo se limita a sonreír y a mirarme, como si no necesitara decir nada más.