Mid [#2 Aberrantes]

Capítulo 17 ~ Cambió su ilusión de seguridad por su libertad

Lissa fue la primera en atacar y se acercó lo más rápido que pudo con el cuerpo bajo tratado de que ellos no lograran percibirla. Tomó al hombre que estaba de cabecilla y se lanzó frente a él tomando su cuello entre sus muslos torciendo su cuello. El hombre liberó un gruñido la igual que las balas en su rifle. Varios flashes desprendían de las armas revelando la ubicación de Lissa, sin embargo, ella era más ágil que ellos, su mente aún no lograba comprender lo que estaba ocurriendo cuando Lissa ya estaba golpeando sus cabezas o barbillas.

Varios hombres habían caído y quedaban solamente dos, Lissa escuchaba como exclamaban en el comunicador sin hacer pausas. Intentó evitar que hablaran de más pero ya era tarde.

Golpeó la barbilla de uno, tomó su cabeza y la golpeó contra su rodilla dejándolo inconsciente, mientras que el otro continuaba disparando pero ella lograba esquivarlos a unos perfectos saltos que solo las gimnastas profesionales podían lograr.

Saltó y apoyó sus pies contra la pared para poder saltar con más altitud, una vez en el aire tomó la cabeza del hombre contra sus dos manos y giró encima de él como una perinola torciendo su cuello. Se escuchó el crujir de su cuello a la vez que sus zapatos cayendo en el suelo con la misma destreza de un gato.

Enrique salió del apartamento tiritando, apoyando sus manos aún en el pobo dorado. Joder, estaba aterrado. No lo culpaba, pues su corredor estaba lleno de cadáveres sin embargo, no podía ensuciar sus prendas porque quizás eran las únicas que iba a tener por un tiempo, por lo tanto, nada de sangre.

—Oh por… —murmuró Enrique perplejo viendo los cuerpos caídos.

Sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad por lo que podía diferencias a los militares a sus pies.

—Al principio da asco —intervino Andron. Estaba cambiado con su traje tan característico y su sentido del humor tan colorido. Rodeó a su amigo con su brazo—, pero luego te acostumbras cuándo es una escena tras escena.

—Ahora te gusto menos ¿Verdad, muchacho? —preguntó Lissa haciéndose camino entre los cuerpos.

— ¿Bromeas? —Dijo Enrique con una sonrisa en su rostro—, tú serás mi futura esposa.

Lissa colocó los ojos como platos. Realmente no esperaba esa respuesta. Un hombre corriente que ama a una Aberrante, no, esto no era posible y no lo iba a permitir. No porque fuera antinatural, si no porque era Enrique. Enrique. Ella odiaba a Enrique antes de que fuera popular odiarlo.

—Verás, amigo —decía Lissa con una sonrisa llena de ternura—, yo no puedo hacerlo, me amputé la estupidez la semana pasada.

—Voy a seguir mi corazón —Enrique tomó la mano de Lissa sin su consentimiento y Andron notó eso, podía sentir la sangre de Lissa hirviendo por las ganas de querer darle un puñetazo—, o él encontrará millones de maneras para recordarme que hay algo perdido. No te voy a perder.

Lissa y Andron intercambiaron miradas.

—Puedes intentar tenerla, cariño —era una voz femenina que provenía de los peldaños. La reconocía. Todos volvieron sus miradas en ella—, pero nunca serás cómo yo ¿No es así, Blue Velvet?

Lissa no pudo terminar la frase cuando ya Andron se había retirado con Enrique en brazos, lo supo por la corriente de aire que la envolvió en un momento, ni siquiera había alcanzado a ver su silueta a través de los peldaños.

Kyung dio dos pasos al frente revelando sus espadas una vez más con orgullo. La oscuridad no dejaba que Lissa pudiera inspeccionar el metal, quería saber si estaban llenas de sangre o no.

—Admítelo, me amas —comenzó Lissa negando con la cabeza—, si no ¿Por qué estarías aquí?

—Porque es mi misión, estúpida.

—Tu misión en la vida puede ser —dijo Lissa y bufó—. Carajo, Kyung, de verdad está desesperada.

— ¡Desesperada por matarte! —Exclamó y se acercó más—. Se cuenta por allí que dejaste gran parte de tus poderes en este campo, que no tienes nada, ni un gramo de electricidad.

—La electricidad no se mide, Kyung —respondió a modo de burla.

—Claro que sí, con un contador Geiger.

—Eso es un medidor de radiación, imbécil —exclamó Lissa con ambas manos entre su boca para poder intensificar el tono de su voz. La distancia entre ambas era peculiar, ya que los cuerpos las mantenían separadas y el apartamento de Enrique estaba alejado—, ¿No has visto Chernóbil?




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