Lissa liberó un suspiro y tomó el pequeño objeto metálico entre sus dedos. Sus dedos comenzaban a mancharse de carmesí a causa del artefacto cubierto de sangre. Se acercó al fregadero para limpiarlo y despejarlo de la suciedad.
— ¿Pero qué te pasó? —Escuchó Lissa a Enrique preguntar sobresaltado.
—No es nada —respondió Alan viendo la herida.
Poco a poco iba desvaneciéndose. Los tejidos comenzaban a unirse sin dejar cicatrices en su piel.
— ¡Te acaba de cortar! —Twyla sonaba igual de afectada que Enrique.
—Tenía que hacerlo —asintió Alan frunciendo el ceño.
—Pero, Alan, tu pierna…
Twyla se detuvo en medio de la frase. Pues su pierna estaba comenzando a sanar de una manera tan rápida que no lograba justificar. Ya no tenía dudas y ya no tenía tiempo para preguntar. Estaba segura de lo que era. Estaba un poco emocionada por el hecho de que sus sospechas hubieran sido correctas, sin embargo, el dolor de la mentira era más grande. Vio a Alan a los ojos y los dos no dijeron nada, pues todo estaba dicho.
—Twyla…
—Tenemos que botar esto —interrumpió Lissa y caminó a largas zancadas hasta la ventana.
La abrió de un tirón mientras que Enrique observaba sus acciones, sin embargo, Alan y Twyla no apartaban su mirada del otro. Esta no era la manera que quería ser visto por Twyla, no era la forma en que quería decirle la verdad y menos el momento.
Lissa lanzó el artefacto de metal lo más lejos que pudo.
—Debemos irnos —sentenció Lissa y cerró la ventana.
— ¿Por qué? —preguntó Enrique.
—Si era un GPS lo que tenías adentro —Lissa se acercó a Alan y comenzó a dilucidar a pesar de que no le daba oídos—. Resulta que no era necesaria la electricidad en general, solamente la tuya. Se adhería a tu cuerpo y se alimentaba de la electricidad que emana de tu organismo al correr.
— ¿Qué eres? —murmuró Twyla negando con la cabeza.
—Puedo asegurarte que este hermoso niño no es el enemigo —Lissa se acercó a Alan y colocó ambas manos encima del hombro de Alan mientras que una sonrisa decoraba su rostro—, es un buen niño que sabe correr, mientras que tú —señaló a Enrique con su dedo—, haz las maletas, y tú —tocó a Twyla en su hombro derecho—, tienes que prepararte para lo que viene.
Enrique asintió.
—Maletas, cariño, maletas —aplaudió Lissa invitándolo a agilizarse.
Enrique volvió a asentir y se dirigió a su habitación, cerró la puerta detrás de él y Lissa se acercó a la ventana. Escuchaba los murmullos de Alan y Twyla. Twyla exaltada mientras que Alana estaba tartamudeando y tratando de relajarla. No quería ser parte de esa discusión.
Volvió a la ventana y escuchó el chillar de unos frenos. «Si son ellos, los mato, si son ellos, los mato». Las camionetas negras se estacionaron en la avenida cerca de la cera. No duró ni un segundo detenido cuando de ellos emergieron varios hombres con armas en sus hombros y manos. Corrían adentrándose al edificio, al igual que dos personas que no lograba identificar por la distancia, pero eran parte del equipo de locos de ConAbe. Lissa hizo un puchero.
Habían perdido su escondite más secreto.
—En definitiva, mi vida completa puede ser resumida en solo una oración —interrumpió Lissa y ambos pararon de hablar—: Eso no salió cómo lo planeé.
Lissa hizo tazas con su mano. Tocó la puerta de Enrique.
—Muévete, ya vienen por nosotros —Lissa alzó un poco más la voz para ser escuchada por la pareja—. Twyla acomoda tu bolso, nos vamos, tú, tú deja de lamentarte que vienen por nosotros y ellos nos matarán si le damos la oportunidad.
— ¿Nos matarán? —dijo Enrique a su vez que abría la puerta.
Enrique arrebujó todas las prendas que pudo dentro de su mochila, al igual que su cepillo de dientes y otras cuestiones que Lissa no tenía tiempo de descubrir. Su rostro de preocupación era un poema.
—Posiblemente, así que espero que tengan algún arma o al menos una canción en iTunes porque me encanta pelear con música —Lissa se dirigió a la cocina y tomó el mismo cuchillo con el que había cortado la pierna de Alan.
Abrió la puerta de entrada y escudriñó los corredores.
Estaban vacíos. Vio sobre su hombro a su equipo que murmuraba con turbación.
Colocó su dedo índice sobre sus labios y ellos cogieron la señal, mantuvieron silencio y se acercaron a la puerta. Lissa siguió hasta la pasarela de las escaleras con el grupo detrás de ella como patos bebes, siguiendo a su madre en silencio.
Se asomó por los barandales de las escaleras y notó como los hombres uniformados en negro comenzaban a subir los peldaños en su dirección. Escuchaban algunos gritos de los vecinos siendo sorprendidos por los policías. Estaban invadiendo los hogares para saber si estaban escondidos allí.
—Joder —murmuró Lissa.
— ¿Qué sucede? —preguntó Twyla.
—Alan —habló Lissa y Alan se acercó a ella—, necesito que te lleves a Twyla y a Enrique lo más lejos que puedas.
— ¿Y qué hay de ti? —preguntó él mirándola con rostro severo.
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Editado: 02.06.2025