La música de la discoteca era tan fuerte que vibraba en las paredes, en el suelo, en el pecho de cada persona dentro. El bajo golpeaba como un latido acelerado, envolviendo el lugar en un frenesí de luces neón y cuerpos en movimiento. El aire estaba cargado de humo, perfume barato y sudor.
Cooper, Murphy, Phemphit y Shixed se abrieron paso entre la multitud hasta encontrar una mesa cerca de la baranda del segundo piso. Desde allí, tenían una vista perfecta de la pista de baile y de todo lo que ocurría abajo.
Phemphit y Shixed se sentían incómodas, y era evidente. Ambas habían optado por pantalones ajustados en lugar de faldas, pero eso no las hacía sentir menos fuera de lugar. Phemphit se aferraba a su beanie, asegurándose de que cubriera sus cuernos, aunque su cabello rosado era lo de menos en un lugar como ese.
Shixed cruzó los brazos, frunciendo el ceño.
—No escucho una mierda.
—¿Qué? —preguntó Phemphit, girándose hacia ella.
Shixed suspiró y negó con la cabeza. Entre la música y los gritos, era imposible mantener una conversación sin alzar la voz.
Murphy, que estaba atento a Cooper, notó que su amigo no estaba relajado. Se veía diferente, más tenso. Sus ojos no dejaban de analizar el lugar. La forma en que la gente se movía, cómo se formaban ciertos grupos, quién miraba a quién y quién parecía no encajar.
Murphy se inclinó hacia él.
—¿Ves algo?
Cooper asintió, sin apartar la mirada de un punto en la pista.
—Las putas son las que fomentan las drogas.
Murphy levantó una ceja.
—¿Cómo dices?
Cooper hizo un gesto sutil hacia un grupo de mujeres en la pista de baile. Bailaban con vestidos ajustados y escotes provocativos, moviéndose con precisión calculada entre los clientes. No eran simplemente chicas divirtiéndose. Eran parte de la transacción.
—Míralas —susurró Cooper—. Se acercan a grupos pequeños, hablan rápido, y luego…
Justo en ese momento, una de ellas se inclinó sobre un grupo de chicos, sus labios rozando el oído de uno de ellos. La reacción fue inmediata. Los chicos intercambiaron miradas, vacilantes.
Y luego, asintieron.
La chica sonrió y se alejó, deslizando un gesto con la mano. Un hombre con una mochila negra apareció entre la multitud y caminó directo hacia el grupo. Hablaron rápido. Algo cambió de manos.
Cooper se tensó.
Bingo.
—Ahí está —murmuró Cooper—. El proveedor.
El hombre de la mochila entregó unos frascos pequeños y desapareció entre la multitud.
Cooper no dudó. Se levantó de golpe.
—Quédense aquí. No le quiten los ojos de encima a esas chicas. Voy tras él.
Murphy frunció el ceño.
—¿Solo?
—No tengo tiempo para discutir. Cuídalas.
Antes de que alguien pudiera detenerlo, Cooper ya estaba en movimiento.
Cooper bajó las escaleras del segundo piso en un movimiento fluido, sin perder de vista el tipo de la mochila.
El lugar era un laberinto de cuerpos en movimiento. Chicas bailando sobre plataformas, hombres bebiendo y riendo en los sofás VIP, luces estroboscópicas que parpadeaban cada pocos segundos, dificultando su visión.
Pero Cooper estaba acostumbrado al caos.
El distribuidor caminaba con seguridad. No estaba vendiendo como un novato. Sabía lo que hacía. Se movía rápido, como alguien que ya tenía un destino en mente.
Cooper lo siguió sin que pareciera obvio. A medida que se adentraba en el sector más exclusivo de la discoteca, la música se volvía menos ensordecedora, reemplazada por un ambiente más selecto. Los VIP.
El distribuidor se detuvo frente a una puerta roja con un guardia corpulento.
Cooper se frenó, fingiendo estar ocupado en su teléfono mientras observaba la transacción.
El tipo de la mochila sacó algo de su bolsillo y lo deslizó en la mano del guardia.
Un segundo después, la puerta se abrió y desapareció dentro.
Cooper apretó los dientes.
Bien. Ahora, ¿cómo demonios entro yo?
Cooper se acercó al acceso VIP con pasos calculados, los cuatro gorilas en la entrada ya lo estaban mirando. Grandes, vestidos de negro, con caras inexpresivas y la postura típica de los que han reventado más de un cráneo en su vida.
Uno de ellos extendió una mano, bloqueándole el paso antes de que pudiera llegar demasiado lejos.
—¿Negocios o placer? —preguntó el tipo con una voz grave, como si estuviera mascando grava.
Cooper levantó ambas manos en señal de paz.
—Negocios. Quiero hablar con el chico de la mochila.
Los guardias se miraron entre sí. Uno de ellos chasqueó la lengua y extendió la mano.
—Doscientos dólares.
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Editado: 22.02.2025