—Yo estoy bien —Andron sentía la mirada de Blue Velvet posándose en él y casi podía sentir sus burlas ante su nerviosismo—, pero qué hay de ustedes, ¿Cómo están? ¿Cómo estás tú?
—Yo estoy bien —escuchó su risa—, todo gracias a Blue Velvet. Vi que la luz volvió.
—Sí, lo hizo, pero no servirá de mucho —comentó cabizbaja—, Shaper y Scorpion murieron, al igual que la ciudad dentro de poco.
—¿La ciudad?
—Es complicado de explicar —tomó aire—, cuando llegué todo era un desastre, como una guerra desatada por todos lados, varios edificios en llamas. Fue horrible. Esto no tiene salvación.
Alan asintió en dirección a la chica peli azul y dio media vuelta, no quería sentir su mirada mientras contaba que el lugar donde se crio está sumido en un caos.
—Entiendo —Twyla suspiró—, era un caso perdido. ¿Y ahora que va a pasar? ¿Dónde viviremos? ¿Usaremos toda nuestra vida en París?
Andron escuchaba las voces de su madre y Enrique preocupados murmurándole a Twyla que a qué se refería con eso ¿Pasó algo malo?
Blue Velvet permanecía de pie con una mirada ensoñadora, tenía la fortuna de que su amigo no la notara.
—Todo está bien —comenzó con voz calmada—, es solo que la ciudad será volada en pedacitos pequeños, nada más. Quizás vivamos en París, no lo sé.
Su tono era desinteresado para poder calmar los nervios de estas personas que estaban muy acelerados. Los conocía a todos, y reconocía como sería su reacción.
¿Cómo podía calmarlos si incluso él se sentía acorralado?
—Ven pronto ¿Sí? —rogó Twyla.
Andron tragó saliva. Si antes estaba nervioso, ahora estaba titiritando. No sabía como reaccionar. Jamás pensó que ella se preocupara por él.
—Lo haré —sonrió y dio media vuelta.
Por alguna razón necesitaba contarle esto a su amiga; sin embargo, al volverse, no estaba. Solo había un vacío donde solía estar ella.
Se había marchado sin despedirse.
—Adiós —avisó Twyla. Coincidencia.
Cortó el comunicador.
El silencio se extendió un segundo demasiado largo, cargado de electricidad en el aire. Entonces, escuchó el trueno. Un sonido denso, pesado, que no provenía de una tormenta.
Andron alzó la mirada.
El cielo nocturno, salpicado de estrellas pálidas, fue cortado de lado a lado por una estela incandescente.
Un misil.
Dejaba tras de sí un surco de nubes rotas, un río de humo que rasgaba el firmamento como una herida.
El corazón de Andron latía tan rápido que dolía. Más rápido de lo que jamás había corrido.
El misil descendía. Y en su pecho, algo descendía con él.
Primero llegó el impacto.
Un golpe sordo, brutal, que pareció surgir del propio centro de la tierra. El suelo tembló bajo sus pies como si la ciudad misma gritara.
Luego vino la luz.
Una explosión blanca y cegadora, tan intensa que devoró las sombras, las estrellas, el cielo mismo. Todo fue luz. Un segundo eterno de blanco absoluto. Y después, los gritos.
Gritos lejanos. Gritos humanos. Gritos de todo lo que no se pudo salvar.
La onda expansiva llegó como un muro invisible. Un viento tan violento que Andron apenas logró mantenerse en pie. Sintió que el mundo lo empujaba hacia atrás, como si el universo quisiera borrarlo junto con el resto. Su cuerpo entero vibraba, sus huesos temblaban, sus ojos apenas podían mantenerse abiertos.
Y entonces, el silencio.
Cuando la luz finalmente se apagó, cuando el viento murió, cuando el eco de los gritos quedó sofocado en el abismo, Andron bajó la mirada.
Y donde antes había calles, edificios, vidas, memorias, ya no había nada.
Solo un cráter oscuro. Un agujero en la tierra. Un hueco imposible. Como si Acrisea jamás hubiera existido. No había ruinas. No había escombros. Ni un trozo de vidrio. Ni un muro roto. Ni un alma.
Solo vacío.
Un silencio demasiado absoluto para no romper algo dentro de quien lo presenciara. Andron dio un paso adelante, temblando. El viento arrastraba el polvo en espirales. El aire olía a ceniza, a metal quemado. A final.
Cerró los puños hasta que sus uñas se clavaron en su propia piel. Ni siquiera sintió el dolor. Todo el dolor estaba afuera. Todo el dolor era la nada. Y en su pecho, en el lugar donde alguna vez estuvo Acrisea, nació una herida que jamás iba a sanar.
—¿Está todo bien, amigo? —esta vez era su comunicador.
Su voz le hizo dar un pequeño salto. Era Blue Velvet.
—Sí, sí, todo bien, dentro de lo que cabe en el significado de la palabra —asintió Andron—, pensé que te irías sin despedirte.
—¿En serio me crees capaz? —casi podía ver su sonrisa de lado.
Andron no sabía decir si Blue Velvet hablaba por el comunicador con ella en la lejanía o ella estaba dentro del comunicador.
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Editado: 02.06.2025