Mid [#2 Aberrantes]

Capítulo 2 ~ Electric Kiss

—Suerte en el trabajo, recepcionista —se despidió Alan mientras sacudía su mano.

—Siempre tan trabajador —respondió Twyla a su vez que veía a su amigo cruzar la puerta.

Esta vez Alan pasó de largo los elevadores y decidió usar las escaleras. Usó su teléfono celular y comenzó a llamar a uno de sus amigos confiables, uno de los pocos amigos que tenía. Respondió al cuarto repique.

— ¿Hola? —respondió el hombre. Se podía escuchar a personas hablando en el fondo.

—Enrique, ¿Estás en la cafetería Sandie Grey? —preguntó mientras bajaba los peldaños a paso veloz pero muy lento para su gusto.

— ¿Donde si no? —Respondió él—, aquí siempre tienen chicas lindas de clase alta o media.

—No me sorprende con lo costoso que es ese lugar.

—Te diré que es costoso. Los implantes que estas mujeres se hacen. Son para morirse.

—Y apuesto a que muchas mujeres desearían que murieras por eso.

—No me sorprendería ¿Y para qué llamaste?

—Tengo trabajo que hacer y sé que siempre estás allí, así que nos vemos allá.

—Está… bien —respondió Enrique consternado.

Alan colgó la llamada y guardó su teléfono. Una vez fuera el sol ya estaba alto, chocaba contra su piel dándole buenos días. Esa luz de ese mismo sol había cambiado, este día era perfecto, el día en que por fin tuvo el coraje de invitar a Twyla a salir, no importaba si ella pensaba que era una salida de amigos, no importaba si pensaba que era como un hermano, esta noche todo iba a cambiar.

Las personas tomaban café en la cafetería al lado del edificio, definitivamente este lugar estaba lleno de esos comercios porque todos estaban ocupados, dormían poco y festejaban mucho, o trabajaban mucho. Por eso Acrisea era el lugar soñado de muchas personas, donde todos querían vivir.

Alan corrió de nuevo dejando atrás las maldiciones de los comensales.

***

—Alan lo digo en serio —dijo Enrique golpeando el puño contra la mesa—, merezco algo más que solo un trabajo como camarero. Es decir, amo trabajar en discotecas, hay chicas lindas que quieren que les jales el cabello.

—Mientras vomita, claro —respondió Alan con los brazos cruzados y encogiéndose de hombros.

Enrique era un encanto físicamente, pero siempre al abrir su boca las chicas preferían huir de él. Era otro prototipo de hombre queriendo fornicar. Sus ojos eran pequeños pero llamativos por la intensidad de ese pardo, su cabello era castaño claro, casi un rubio, pero su piel tostada demostraba que era castaño, al igual que sus cejas pobladas de un tono más oscuro y sus labios delgados nunca se cerraban, siempre tenía algo que decir. Enrique era alto, de igual tamaño que su mejor amigo.

—El punto es que merezco algo más, Alan —Enrique Sánchez reclinó su espalda en la silla.

— ¿Cómo ser un elector de strippers? —Alan tomó su magdalena y la mordió.

—Obviamente.

Alan colocó los ojos en blanco.

Desde que Enrique y él comenzaron a hablar, Enrique siempre le había traído problemas, de vez en cuando lo llamaba preguntando si podía recogerlo de su casa, porque estaba perdido en una casa de una chica que al final no terminó follando, Alan había perdido la cuenta de cuántas veces le había respondido que no tenía coche, al igual que él respondiendo que debería comprar un coche. Alan no necesitaba de un coche si podía llegar a su destino en un parpadeo.

—Quizás si empiezo por pasos pequeños, como un contador.

—Claro, compañero, un contador es un paso muy pequeño.

—Ay, por favor, mi padre es contador.

—Graduado de la universidad, es contador y tiene una casa enorme con más de dos coches y además no tiene problemas en pagar la renta. Algo que tú sí.

—Y sin mencionar que dejó a su segundo hijo sin dinero solo para que aprenda a ser más adulto ¿Que se cree?

Alan colocó los ojos en blanco mientras tragaba su magdalena.

Enrique si tenía problemas para madurar, tenía 22 años y su padre siempre le había pedido que iniciara un estudio, una carrera, ninguna opacaba la atención de Enrique así que decidió hacer dinero por su cuenta sin necesidad de ser graduado. Le fue mal.

—Se cree un buen padre, eso —respondió Alan.

— ¿Podemos cambiar de tema? No me gusta hablar de mi padre.

—De acuerdo —Alan terminó su dulce y apartó el plato vacío de la mesa—, invite a Twyla a salir.

— ¿¡Qué!? —Exclamó Enrique—, ¡Esta vez le dijiste que iban a salir! Por Dios, necesitamos algo con que celebrar.

—Con otra magdalena sería perfecto —sentenció Alan.

—Siempre comes, nunca paras de comer —resaltó Enrique y Alan se aclaró la garganta, se había atragantado por unos segundos.

Su velocidad siempre ha sido tan extrema que su metabolismo era veloz, siempre que comía al cabo de unos minutos tenía hambre de nuevo por lo que debía comer al menos dos pizzas tamaño familiar de almuerzo por un día para sentirse lleno hasta las 6 de la tarde que era la cena.




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