Mid [#2 Aberrantes]

Capítulo 3 ~ Hollywood

—Por supuesto que no —negó Alan—. Deja ir a la niña.

La pobre chiquilla era tan pequeña que no lograba tocar el suelo con sus piecitos. Sus ojos imploraban piedad, pedían a gritos que la dejaran libre.

—Eres lindo, chico —dijo la chica con una sonrisa arrogante—, realmente te lo pierdes. Podríamos hacer muchas cosas juntos…

—Pues te aseguro que esta no es una buena manera para agradarme —Alan dio un paso con mucho cuidado como si se tratara de un campo minado.

—Pero logré llamar tu atención no es así —continuó la chica persistente.

—Al igual que la de los policías, eso te lo aseguro —Alan dio otro paso.

—Entonces si tenemos otra oportunidad —sin percatarse, debido a esa reacción positiva, la mujer escorpión comenzó a bajar a la pequeña niña poco a poco. Las piernas se mantenían inmóviles con la espera de tocar una superficie plana.

—Sí, sí —al ver esa acción Alan no tuvo otra que continuarle el juego. Incluso el hoyo del portal se comenzaba a cerrar cada vez más—, incluso podremos tener una cita después de esto.

— ¿De… verdad? —la chica dejó a la niña en el suelo y el portal se había cerrado por completo.

Una vez que la criatura de cabello dorados estuvo en la superficie, corrió acobijándose entre la multitud. Estaba tiritando de miedo y solamente una mujer de mayor edad logró abrazarla pero en definitiva ella no era su madre por como sus cabellos rojizos caían por encima de sus hombros.

Alan tuvo que contener sus ganas de mentir, de decirle la verdad, que jamás saldría con ella pero si quería que los portales se cerraran y su mirada se fijara en él solamente, tenía que hacer un intento.

—Incluso podemos llegar a enamorarnos —sonrió la mujer escorpión.

—Quizás —dio otro paso—, pero después de tu condena.

Antes de que la chica escorpión lograra hacer algo, Alan ya estaba corriendo, ninguno de los presentes logró divisarlo, era tan veloz que no lograban identificarlo. En un abrir y cerrar de ojos la chica y él habían desaparecido sin antes haber dejado una corriente de aire que alzó todos los papeles que se encontraban en el suelo.

El banco estaba siendo rodeado por policías, por una docena de autos y personas con trajes azules y sus respectivos sombreros. La velocidad de Alan era tal que las luces de las sirenas no parpadeaban, solo se mantenían encendidas. El sonido era desconcertante, como escuchar una canción en resolución acompasada. Los pájaros no movían sus alas, simplemente sobrevolaban los aires, todo era tan diferente cuando Alan usaba su apresuramiento, era fascinante y a la vez una desesperación.

Alan cargaba a la chica en brazos y la dejó frente a un farol de luz, corrió de nuevo y tomó una de las esposas del oficial más cercano. Se acercó de nuevo a la chica y rodeó su muñeca con las frías esposas encadenándola al poste de luz. Colocó ambas manos en su cintura y observó a la chica unos momentos.

Era hermosa, no lo negaba pero su corazón estaba muy podrido. Quería ayudarla y la única manera de hacerlo era esta, encerrándola en una celda, quizás mejorara con el tiempo y a encontraría para ser amigos, solamente amigos. Aunque eso no era lo que ella buscaba.

No podía perder el tiempo. El jefe le había mandado a buscar una lista en la cafetería y en su lugar estaba en el banco sin contar con que perdió gran cantidad de minutos hablando con Enrique. Corrió nuevamente provocando que algunas alarmas de los coches se encendieran, tal había sido el golpe del viento que los alzaba un poco para caer de nuevo al suelo al igual que algunos vestidos de las mujeres o los vidrios vibrando un poco por el azote. Alan se detuvo frente al bote de basura y abrió la cubierta, su bolso continuaba allí. Logró colocarse la ropa que traía anteriormente, revisó que su teléfono estuviera allí y si lo estaba, todo estaba en orden.

Vio a sus costados, no había nadie y las personas que caminaban al final del callejón no giraban para ver esa calle, usualmente siempre estaban vacías. Alan volvió a correr.

Tic, tock, tic, tock. Los minutos pasaron, no se percataba con que la hora lo engañara. Estaba tan mal por haberse confiado que su velocidad lo ayudaría a llegar a tiempo. Que tomarse un café con su amigo no era nada, o detener a una chica robando a un banco.

Estaba listo para correr de nuevo sin embargo un sentimiento ajeno lo golpeó con una bofetada. Alan se recostó de la pared y observó su estomago. Estaba haciendo un sonido peculiar, rugía, sin contar con las diversas punzadas que atravesaban su cuerpo. De la nada su cabeza comenzó a doler. Dolor. Una sensación que jamás había tenido pero había escuchad de otras personas, como describían su dolor pero jamás lo sentía. Los aberrantes no sentían tal cosa como enfermedades.

— ¿Pero qué…?




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