Ashley
Estaba en mi cuarto mirando el tema siguiente para ponerme las pilas. Aunque falte una semana de vacaciones me gusta organizarme y planificarlo todo.
La puerta suena y me levanto para abrirla.
—Hola. Vaya sorpresa.
—Tengo que hablar contigo—dice Logan muy serio.
¿Y a este qué le pasa?
—Adelante—me eché a un lado para dejarle pasar.
—Sé lo que eres. Sé tú secreto.
—¿Qué secreto?
—No finjas, mentirosa. Podría destruirte si me diera la gana.
—Pero no lo vas a hacer.
—Ponme aprueba.
—Déjame en paz, ¿quieres?
—No. Me ayudarás o ya sabes lo que haré.
—No sé de qué me estás hablando. Vete.
—¿Estás segura?—dice, y ahora sí que me entra el pánico.
—No lo hagas.
—Vamos, te va a gustar—me guiñó el ojo mientras puso una sonrisa terrorífica.
—Pero ni una palabra de esto—digo con enfado y le señalo con el dedo.
—No diré nada, lo prometo.
—¿Qué hay que hacer?
Dash
Creo que incomodé mucho a Ashley. No quería hablar de su infancia, lo había dejado claro con sus comentarios inexistentes. Me da mucha pena que ella no haya podido disfrutar mucho de sus padres. Ashley tenía razón, debería ir a pasar las vacaciones con mis padres y mis hermanas. Aunque me hablaran de el campamento todo lo que quisiesen, yo no iba a ir. Creo que soy lo suficientemente mayor para internarme allí. Voy a coger el coche e iba a pasarlo que queda de vacaciones con mi familia. Cogí el coche y lo arranqué.
Las dos horas de viaje se me hicieron eternas. Aparqué el coche en la calle de enfrente y la crucé. Me acerqué a la casa. Dudé si debería llamar al timbre, no sabía si me había equivocado.
Me quedé ahí plantado más de diez minutos. Mi familia me daba miedo, pero era mi gente, son mi gente.
No me dio tiempo a llamar al timbre porque mi hermana me abrió la puerta.
—Dash—dijo mi nombre con desprecio—. No te esperábamos.
—Bueno, he cambiado de opinión.
—Pasa.
Pasé al interior de la casa y vi a mis sobrinos jugando.
—Mamá está en la cocina—me contestó mi hermana mayor.
No le contesto, no estoy para que me eche en cara todo.
—Hola, madre—ella está de espaldas a mí. Ni si quiera se da la vuelta para mirarme.
—Hola, hijo.
No me dice nada más. No quiere dignarse a mirarme. ¿Para qué? En esta familia soy el apestado.
—Joder, mamá. ¿Vas a mirarme y decirme lo que pasa?
Mi madre deja de cortar los tomates y se da la vuelta. Su mirada me intimida, me hace estremecer.
—¿No sabes lo que pasa o es que eres tonto?
—¿Es por el campamento? Ya te dije que yo quiero ser abogado, que no te entra en la cabeza.
—Me da igual lo que quieras hacer. Tu padre no quiere ni verte, así que te invitaría a irte para que no se derrumbe esta casa.
—¿Me estás echando?
—Si no vas al campamento, sí. Te estoy echando.
—No me vais a manipular más. Sois despreciables. No tenía que haber venido—me doy la vuelta y ahí está mi padre, escuchando todo.
Genial.
—Fuera—me señala la puerta.
—No me voy a ir porque os voy a dejar las cosas claras.
—No queremos excusas baratas.
—No son excusas, son mis sentimientos. En primer lugar, he descubierto que mi familia no me quiere, solo me quiere para que vaya a un campamento que no me interesa. ¡Yo soy abogado! ¡Y no os entra en la puta cabeza! En segundo lugar, mi familia si es que se le puede llamar así no me llama para pasar las vacaciones. Y, en tercer lugar, tengo a los peores padres del mundo, que no me quieren, no se preocupan por mí y mi verdadera familia son mis amigos. Sobre todo, una de ellas que me ha impulsado a plantaros cara y deciros lo despreciables que sois—no me di cuenta de que estaba gritando.
—¿Algo más?—pregunta mi padre al borde de pegarme.
—Soy mayor de edad y puedo hacer lo que me salga de los cojones, puedo decidir lo que me la gana. Ah, y que pena que la tía Sarah no lo vea, porque estaría muy orgullosa de mí.
—¡No hables así de ella! ¡Ella es una idiota, igual que tú!—mi madre me chilla.
—¡Ella no os merece! ¡Ni yo tampoco! ¡Iros a la mierda!
Fue entonces cuando mi padre me cruzó la cara. Ya no tenía palabras. Me habían pegado mucho de pequeño y ahora no me iba a dejar pegar tan fácilmente.
—Pégame más si así te sientes mejor. Si quieres puedes matarme, me da igual. Con vosotros delante me da todo igual. ¡Pégame!
—Se acabó. Vete y no vuelvas.
—No tenía pensado hacerlo, pero lo que sí tenía pensado es denunciarlos por daños y perjuicios. Ah, y por más cosas que ya sabéis. Se os va a caer el poco pelo que os queda.
Fui a la puerta y la cerré de golpe. Me metí en el coche para marcharme a casa, a mi casa con mi verdadera familia.
Ashley
Llamaron de nuevo a la puerta, pero me quedé sentada en la cama. Tenía miedo, tenía mucho miedo. Estaba muy asustada. No quería hacerlo, no quería…
—Ashley, soy yo.
Era Dash, tenía una voz rota, una voz triste. Me levanté despacio y abrí la puerta. Le encontré llorando, estaba temblando.
—¿Qué te ha pasado?—me puse alerta y le tiré del brazo para cerrar la puerta, con llave, con las dos.
—Fui a ver a mi familia.
—¿Y qué ha pasado? ¿Por qué estás así?
—No me quieren—dijo entre sollozos.
Dash no se merecía eso, no se merecía una familia así. Bueno, nadie se merecía una familia así.
Me contó todo lo que hizo y se tumbó en la cama de Isa a llorar.
—No llores, por favor—me senté a su lado—. O yo también lloraré.
—No, no por favor… Es lo menos que quiero, Heidi.
Le acaricié el pelo hasta que se quedó dormido. Dios, no se lo merecía, no él, la persona más alegre del mundo, la que me hace reír y ser yo misma.
Editado: 15.10.2022