Miedo a la venganza [1º parte]

Capítulo 9

Ashley

Estaba esperando a que abrieran la clase, pero el profesor no apareció por ninguna parte. Nos dijeron que nos fuéramos a casa a estudiar o hacer lo que nos diera la gana.

Caminé hacia la otra punta del campus para llegar a mi habitación. Entré despacio a mi cuarto, no quería otra sorpresa, ¿sabes?

Cierro la puerta de un portazo. Bravo, amiga. Puse las noticias en el ordenador y veía que seguían buscando a la chica. Es tiempo perdido, enserio. Además, eso fue hace dos años, ¿por qué no lo hicieron en su día? Increíble.

Apagué el ordenador para ir a la siguiente clase. Y la siguiente, y la siguiente…

Cuando acabé las clases, acerca de las cuatro y media, me fui al trabajo. Entré por la puerta de la cafetería y colgué el bolso en el perchero. Cojo el delantal y la libreta junto al boli. Empezó a entrar mucha gente y no daba abasto, eran muchas personas. A la hora justa, entró mi nueva compi de trabajo. Era una chica de primero que tenía que pagarse los estudios. Me recordó a mí. Kim es una chica encantadora.

Entre las dos pudimos atender a todos, yo sola hubiera sido complicado. Vino más gente, pero no tanta como antes. Su turno acabó y yo me quedé ha hacer horas extra. Una pandilla con pinta de matones entra por la puerta y miré a mi jefa. Digamos que no estaba muy contenta. Se sentaron en la mesa del fondo y me dirigí allí.

—Buenas, ¿qué queréis?—pregunto con una amabilidad fingida.

—Vaya, vaya. ¿Pero a quién tenemos aquí?—dijo un chaval. Su voz me es familiar, pero ahora mismo no lo logro reconocer. Ese tatuaje me sonaba bastante, pero no caía.

—¿Tú eres…?

—¿No te acuerdas de mí?

—Eh, no.

—Vaya, que disgusto.

Se estaba burlando de mí, y de mí no se burla nadie.

—¿Qué queréis?—pregunté de nuevo.

—No sabemos que pedir. ¿Nos recomiendas algo?—dijo otro.

Contuve mis ganas de mandarlos a la mierda, pero como buena empleada que soy les conteste a su pregunta.

—La especialidad del día es un café con hielo.

—Que sean cinco.

—Ahora mismo—me di la vuelta y corrí hacia la cocina para preparar los cafés. Cuando acabé de llenar todas las tazas, las puse en la bandeja y salí a paso acelerado. No quería más conversaciones. Me acerqué a la mesa y dejé las tazas. El de antes me cogió de la muñeca—. Suéltame.

—No creo que sea necesario ponernos bordes, ¿no crees?

—Si tanto me conoces, no deberías ponerme a prueba, ¿no crees?

Mis palabras le hicieron reír. ¡Mierda! ¡Siempre picaba en los juegos de la gente! Así que directamente me fui a limpiar otras mesas.

Pidieron la cuenta, pero fue mi jefa la que les cobró. No se fiaba ni un pelo. Ya era tarde, así que me puse a contar el dinero de la caja.

Unos pasos se escucharon acercarse. Miré hacia arriba. ¡Joder! ¡Ya me había perdido!

—Estamos cerrando, lo siento—dije y volví la mirada hacia los billetes.

—¿Entonces no hay plan?—el comentario de Dash me hizo reír.

—No, no lo hay.

—Vaya. Y yo que pensaba que íbamos a pedir comida.

—Pues te equivocas—Dash bufó y eso me hizo reír.

—No seas sosa y vamos a cenar—se cruza de brazos mientras da puntapiés constantemente.

—¡Me estás poniendo nerviosa! ¡No quiero perderme otra vez!

—¡Oh, perdón! ¡No era mi intención!—dice con ironía. Será…

—Imbécil.

—¿Entonces qué? ¿Hay plan o no?

Me quedé pensando solo para hacerle esperar. Eso es divertido, muy divertido.

—Una con extra de quesos.

Su sonrisa se ensancha y dio palmaditas mientras saltaba.

—¿Algo más, Heidi?

—Sí. La pedimos por teléfono en mi casa.

Llegamos a mi habitación y pedimos dos pizzas. Empezó a hacerse el gracioso contando chistes sin sentido y muy malos. Pero los malos son los más graciosos. Vaya un tonto.

Comemos las pizzas mientras nos reímos de las estupideces que soltamos por la boca.

—¡Oye! ¡Eso no fue así!—se defiende. Ya, claro.

—Recapitulemos. Tú estabas caminando por la calle tranquilamente y, ¿viste a un tío coger un chicle del césped? ¿Se lo metió en la boca?

—¿No crees que ha sonado muy mal?—claro, se me olvidaba lo malpensado que era.

—Eres un imbécil.

Cuando terminamos de comer, nos tiramos en mi cama. Puso su dedo en mi costado.

—¡Ay, no!

—¿Tienes cosquillas? Eso lo hace más divertido—puso de nuevo su dedo ahí y yo me encogí. Me empecé a retorcer y me caí al suelo—Muy lista.

—Cierra el pico—me levanté, pero Dash se abalanzó sobre mí y no tuvo piedad.

Me empecé a reír y a reír. Me dolía la tripa de tanta risa. Las lágrimas se esparcieron por mis mejillas, y fue entonces cuando le empujé.

—Lo tendré el cuenta—dijo mientras se levantaba y me tendía la mano. Yo la cogí, pero no me levanté, al revés: le tiré al suelo y cayó encima de mí.

—¡Ay!

—Has sido tú.

—Tiquismiquis.

Su frente se dio contra mía. Su pelo resplandecía por culpa de la luz del techo y sus ojos marrones estaban clavado en los míos.

—Me gustan tus ojos. El verde es mi color favorito.

—Vaya, gracias.

—¿Llevas lentillas?—se acercó más a mí para observar los círculos que hay alrededor de mis ojos.

—Sí. No veo de lejos.

—Joder, qué putada.

Fue entonces cuando su mirada bajó a mis labios. Luego a mis ojos, y así constantemente. Yo estaba nerviosa. Cuando se empezó a acercar más, la puerta se abrió.

***

Eryx

Estaba muy asustada. Jamás había estado así. Eché a correr. Las clases habían servido para algo. Corrí y corrí, sin pararme, entre el bosque lleno de árboles. Corría en zigzag una y otra vez.

Cuando no tenía más fuerzas, me paré detrás de un árbol y saqué la botella de agua que había mangado. Estaba asfixiada, sudando.



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En el texto hay: misterio, secretos, amor

Editado: 15.10.2022

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