Ashley
Hoy era el segundo día de tortura.
Esta vez no estaba tan nerviosa, se me había olvidado lo dominante que era.
Quedé con Logan por la noche debajo de las gradas del campo de fútbol.
Todavía quedaba tiempo, así que me fui a duchar mientras repasaba con la mente el siguiente plan.
Eran las once. Me puse una sudadera negra y la capucha reposaba en mi cabeza. Salí de la habitación con el móvil en el bolsillo de la sudadera y las llaves en mano.
Llegué a en punto. La silueta de Logan a lo lejos daba miedo a cualquiera, pero no iba a decírselo a la cara.
Se dio la vuelta y solo vi sus ojos azules con un brillo de malicia. Camina muy despacio hacia mí, lentamente se acerca mientras se quita la capucha de su sudadera azul oscura.
—Ya sabes lo que debes hacer.
—Venga.
Corrimos hacia el despacho del rector de la universidad. Forzamos la cerradura y Logan le hackeó el ordenador.
—Ya te tengo hijo de puta—susurró.
Aquí pasa algo. Logan le tiene mucho odio al rector, y creo que no solo es que le caiga mal.
—Cuéntame por qué estamos aquí.
Se me quedó mirando con furia, con odio hacia el mundo.
—Ese cabrón me debe una buena y se lo voy a cobrar con intereses—solo dijo eso.
—¿Qué ha pasado? Cuéntamelo. Podría ayudarte, somos amigos.
—No te voy a contar nada porque no te incumbe y porque no somos amigos.
—¿Entonces qué somos?
—Eres el cerebro de la operación y yo el que lo hace. Nada más.
—Como quieras.
Pensaba que éramos amigos, por lo menos compañeros, un equipo, aunque sea. Es como si me hubieran pellizcado hasta dejar marca.
Pero no somos ni seremos amigos.
No vamos a ser nada.
Y la gente que me hace daño lo paga muy caro.
—Ya está. Vámonos.
Sacó el USB del ordenador y salimos corriendo, pero…
—¿Qué hacéis ahí?—preguntó el de seguridad mosqueado.
—¡Me ha intentado violar!—le eché una sonrisa vencedora y corrí por mi cuenta hasta llegar a mi casa.
No sé qué pasaría con Logan, pero es que tampoco me interesa. Así que ya puedo dormir tranquila.
No me costó coger el sueño ya que Isa no estaba. Dormía plácidamente cuando unos golpes en la puerta retumbaron la habitación.
Los golpes no paraban, cada vez eran más fuertes. Tuve que levantarme si no quería que me reventaran la puerta.
—¡¿Cuál es tu puto problema?!—le grité en la cara.
—¡¿Cómo se te ocurre decir eso, puta loca?! ¡Podían haberme arrestado!
—¡Pues mal no te hacía! ¡Por imbécil! ¡Qué te lo mereces!
—¡¿Quieres que le diga al mundo que eres una a…?!
—¡Cierra el pico y vete! ¡No quiero problemas!
—¡Pues ya te has metido en uno! ¡Y muy grande! ¡No esperes nada de mí!
—¡Tampoco te lo he pedido!
—No me retes que la tenemos.
—¿Me estás amenazando? ¿A mí? El que se va a meter en problemas eres tú, bonito. Parece que no te queda claro quién soy.
—No flipes que eres una caguetas. Eres una llorica.
—¡¿Llorica yo?!
—¡Sí, tú!
—¡Te vas a arrepentir de lo que has dicho, mamón!
Me tiré encima suya y le di un bofetón en la cara que seguramente le dejaría una marca morada.
Le pegué puñetazos en las costillas y una patada en la entrepierna.
—¡Vas a vacilar a quien yo te diga!
De la nada, me cogió de las manos y me estampó contra la pared.
—¡Déjame!
—¡No! ¡Te vas a arrepentir de esto, guapa! ¡A mí no me vacila nadie!
—¡Oh, que malote! ¿No te parece que es muy de película? Muy cutre. ¡Como tú!
La pared retumbó gracias al puñetazo del animal loco que me tiene cogida por las manos.
—¿Quieres que le cuente al mundo lo que eres?
—¡Sabes perfectamente que eso no fue así!
—¿A no? Eres una psicópata.
—Yo no diría esa palabra.
—Eres una asesina. La mataste y no tuviste piedad. ¡Eres un monstruo!
—¡Sabes que yo no fui!
—¡Fuiste tú y lo sabes!
—Ya veremos quién gana aquí. Ahora, suéltame y no vuelvas a ponerme un dedo encima.
Me soltó de mala manera y me metí rápido en la habitación. Estuve mirando por la mirilla hasta que se fue sin decir ni una palabra.
Dash
No podía dormirme. No había manera de tener la mente en blanco. Sólo podía pensar en lo mal que me sentía al haber presionado a Ashley de esa manera, no era nadie para hurgar en su vida.
No me importó la hora que era; cogí el móvil y la llamé. No podía dormir si no lo hacía.
—¡¿Quién es?!—gritó. Parece furiosa.
—Hey, soy yo.
—¿Qué quieres?—pregunta, intentando no perder la compostura.
—Quiero que me perdones. Sé que he sido un gilipollas y que no debí meterme en tu vida, lo siento.
Se formó un silencio.
—No hago más que cagarla, pero ese soy yo. El estúpido que no sabe controlarse.
Escuché un suspiro.
—En mi casa, ahora—y colgó.
Me puse un chándal y fui todo lo rápido que pude. Por el camino iba pensando en qué le iba a decir, cómo se lo iba a tomar, si algún día podría llegar a perdonarme.
Pero yo era así, un sensible, pero a la vez gilipollas, que en ese momento solo me importaba saberlo para comprenderla, pero al final siempre acababa cagándola. Como siempre me pasaba con ella. Y no quería permitir que eso pasase otra vez, pero era el producto de mis sentimientos, de mi preocupación por ella que siempre terminaba en pelea y arrepentimientos. Y eso me jodía, me calaba hasta los huesos, y me sentía como un cabrón sin corazón. Mi preocupación por ella cada día aumentaba más sin un por qué, pero solo quería su bien, y yo no podía dárselo si seguía así. Entonces, fue cuando decidí cambiar el chip, o por lo menos intentarlo, y no fracasar, porque si lo hacía, entonces la perdería para siempre.
Subí los escalones y llamé a su puerta. Estaba decidido a cambiar para no defraudar a la gente. Defraudé a mi madre, defraudé a mi padre, defraudé a mis hermanas… Defraudé a mi familia, y eso dolía. Aunque no me quisieran, aunque no tuvieran ni el más mínimo sentimiento de amor hacia mí, pero yo no tenía familia, y puede ser que perdiera a la que tengo ahora por ser estúpido.
Editado: 15.10.2022