Logan
Me dolió que Ashley dijera que no me importaba.
Me molestó que ella pensase eso.
Pero lo que más me jodió fue que lo aparentase.
Creía que lo había dejado suficientemente claro. Aunque, tenía todo el derecho a pensar eso de mí. Yo la había chantajeado, yo había sido el culpable de todo lo causante. Y no hacía falta reventarme por dentro.
Me metí en la ducha para despejarme. No había empezado bien la mañana que digamos. Me quedé pensando en qué íbamos a hacer con el puñetero plan. Si salía mal, si salía bien. No tenemos un plan B. Mi segundo plan siempre ha sido improvisar, pero eso casi siempre sale mal.
No importa nada.
La puerta se abrió y me alarmé. ¿Qué cojones…?
—¿Qué haces aquí?—me alarmé.
—Em… vengo a… a… por mi… ropa—señala el cesto.
—¿Y tiene que ser ahora?
—Es que… me… me he dejado el… em… el móvil.
—Cógelo y lárgate.
Lo cogió a toda prisa y salió del baño.
Me tapé con una toalla y cogí el neceser para coger mis cosas.
Salí a por mi ropa y Ashley estaba hablando por teléfono.
—No me digas eso… Joder… Lo siento.
¿Qué está pasando?
—No puedo volver… No me puede llevar nadie… Me encantaría estar, pero no puedo… Cuando llegue te ayudaré en lo que necesites, ¿vale?... No te desanimes… Adiós—y colgó.
Se dio la vuelta y me miró con tristeza.
—¿Pasa algo?
—Em…—me miró de arriba abajo. Oh, vaya—Se está muriendo el padre de Dash. Tiene cáncer.
Hostias, no me lo esperaba.
—No jodas—nos quedamos un buen rato callados—. Llamaré a Dash.
—No lo hagas. Sino pensará que no estoy con unos amigos. Tienes que esperar a que te diga algo.
Tenía razón, sino iba a sospechar.
Pero no miré el móvil desde anoche, así que enciendo la pantalla y tengo tres mensajes. Dos de Oliver y uno de mi hermana preguntándome que tal estoy. Nada de Dash.
—Pregúntale qué tal está. Así, casual.
—No soy de esos “casuales”.
—Pues tendrás que esperar. Seguramente está afectado.
—Sabes que sus padres son unos hijos de puta. Ya te digo yo que no le ha afectado lo más mínimo.
—No siempre es así. Siguen siendo tus padres.
—Prefiero no tenerlos a que me puteen.
—Créeme, prefieres tenerlos en vez de que estén muertos.
Vale, puede que tenga razón. Pero, si no te quieren, ¿para qué los quieres?
—Hazme caso por una vez en tu vida. Que sabes que llevo razón.
Lo dijo como enfadada, con chispas en los ojos, llena de furia.
—Vale, vale. Tienes razón—admití.
—Bien. Nos vamos—coge su chaqueta, el bolso y mete sus pies en las zapatillas para salir a la calle. Cojo las llaves del hostal y salimos a la calle.
Pasé mi brazo por sus hombros y caminamos en silencio. La miro de reojo varias veces y ella hace lo mismo.
Llegamos al único instituto de Greenville. Está hecho una mierda. Paredes con moho, verjas dobladas y sin pintar, columnas rotas.
—Esta noche nos colamos—dice Ashley.
—Sí, porque no tiene mucha pinta de que tengan cámaras de seguridad.
—Y no tiene pinta de que las hubieran ni comprado.
Nos miramos con complicidad. Ashley me dedicó una sonrisa misteriosa y volvimos por donde habíamos venido.
***
—Vamos—dijo Ashley que saltó la verja con facilidad y yo hice lo mismo.
Forzamos la cerradura, o bueno, lo hizo Ashley con la famosa horquilla. Las puertas chirriaron, pero nos colamos por una ranura pequeña. Tuvimos que abrirla un poco más porque no entrábamos ninguno de los dos.
Por fin entramos y nos colamos al despacho de la directora vieja. Me quedé mirando las fotos de las orlas de segundo de bachillerato. Si esa era la directora de joven, no me quiero ni imaginar como es ahora—. Esto ya está.
Abrió la puerta con cuidado y entramos en el despacho de la directora. Estaba todo colocado, todo limpio.
—¿Preparado para poner esto patas arriba?—me pregunta Ashley con una sonrisa burlona.
—¿Por dónde empezamos?
Ashley
Me senté en la silla enorme de la directora.
—¿Impongo?—vacilé.
—Mucho—me siguió el juego con una sonrisa.
Busqué en los cajones del escritorio las listas de hace dos años.
En el mueble de al lado están las fichas que ya no se usan. Bingo.
—¿Qué clase era?—me pregunta.
—Primero de bachillerato B.
Busco el año, la clase, el apellido y aquí está.
—Aquí está.
Lo dejo encima de la mesa. La foto de la chica castaña se apodera de nuestros ojos.
—Eryx Morgan, dieciséis años, uno sesenta y ocho, sesenta y ocho kilos, grupo sanguíneo cero negativo, problemática, buenas notas—leo.
—Era lista.
—Eso parece—sigo leyendo—. No hay nada más.
—¿Puedo verlo?
Le tendí la ficha y le leyó con concentración. Sus ojos no se apartaban de las palabras de las letras que había en las hojas. Levantó la mirada y me observó.
—Pone dónde vive, o por lo menos hace dos años.
—Mañana vamos.
—Calle Violeta del centro número 13.
—Bien—colocamos todo en su sitio de nuevo y salimos por la puerta, dejándola como estaba.
Caminamos apresurados hacia el hostal, pero nos cruzamos con los de ayer.
—Vaya. ¡Qué casualidad!—dijo la chica de mechas moradas.
Logan me cogió de la mano para caminar más rápido.
—Pero no os vayáis. ¿Queréis venir a la pelea del centro?
—No nos interesa—dijo Logan con un tono muy grave, y, molesto.
—Huibá, que modales.
—No mordemos—dice el chico que me da una mirada sádica, pero yo se la devolví. Eso le hizo estremecer.
—Dejarnos en paz de una puta vez, macarras de los cojones—vale, vale. Me vine arriba, pero no me arrepiento.
La chica camina hacia mí y me da un puñetazo en la nariz. Empiezo a sangrar y un ataque de ira hace que mis mejillas se pongan rojas.
Editado: 15.10.2022