Ashley
No sé a dónde me estaba llevando Dash.
—Dímelo, porfis.
—De eso nada. Te esperas. Qué sino no se llama sorpresa.
—Dame una pista por lo menos.
—Umm… No.
—¡Venga ya!
Soltó una carcajada y me dio unas palmaditas en mi muslo.
Eso no va a servir para que me calme.
—¿Cuál es la primera letra?
Se lo pensó. Tenía cara de concentración.
—No me lo sacarás tan fácil.
—¡Joo!
Dash soltó una risita por lo bajo. Qué pesado es cuando quiere.
—No te enfades, Heidi.
—Calla y conduce.
Se mete por un desvío extraño. Nunca había venido por aquí.
—¿Por dónde estamos?
—En Olivedale.
No tenía ni idea de dónde estábamos.
—En el kilómetro 30.
—No me suena, enserio.
Conduce su coche por carreteras muy estrechas. Lo último que quería era quedarnos atascados.
Aparcó delante de una nave que parecía muy reciente. ¿Dónde estoy?
Salimos del coche a la vez. Intenté poner cara de tranquilidad, pero no pude. Estaba ansiosa por saber a dónde me lleva.
Pensé en que me llevaría a un museo aburrido, pero Dash me conoce demasiado para saberlo. Quizá sería un musical, pero no entiendo muy bien para qué sirven. Están felices, cantan. Están tristes, cantan. Están enfadados, cantan.
Nunca le encontraré el sentido a los musicales, enserio.
—Ven—me tiende la mano y yo la acepto con una sonrisa.
Estúpida.
Me lleva hacia la entrada y pasamos la puerta. Tuve que soltar su mano para llevar las mías a la boca.
Di saltitos como una gilipollas.
—¿Te gusta?—me preguntó Dash con una sonrisa, aunque ha sabía sabía la respuesta.
—¡¡¡ME ENCANTA!!!—me tiré a sus brazos a darle besos por toda la cara.
Vale, creo que me había emocionado demasiado.
—No pensé que te fueras a poner así. Si lo llego a saber te traigo antes—me bajó al suelo y pasa su brazo por mis hombros para ir a recepción.
Mi cara lo decía todo, era demasiado infantil, pero me daba igual.
¡¡¡UN PARQUE DE BOLAS ENORME!!!
Dash pidió unos calcetines para poder entrar.
Menos mal que has traído unos vaqueros y un top.
Bueno, podría haber sido peor, ¿vale?
Como quieras.
Nos pusimos las pulseras para entrar. Estábamos esperando en la fila, ansiosa por entrar.
—Me alegro mucho de que te haya gustado.
—¿Gustado? ¡Estoy emocionadísima!
Su sonrisa se ensanchó más, si es lo pudo hacer.
La chica que hablaba por el micrófono dijo que los del siguiente turno podían entrar.
Daba saltitos en el sitio.
¡Qué emoción!
Dash me coge las manos y las acarició con sus pulgares.
—¿Quieres que me ponga roja? Porque si es así lo estás consiguiendo—bromeé.
Ensanchó su sonrisa. Ay, qué tierno es.
Abrieron las puertas y entramos con tranquilidad aunque por dentro me moría de echar a correr y saltar en todos lados.
Y no me contuve, cogí la mano de Dash y corrí a saltar en las camas elásticas más grandes que había en todo el medio del recinto.
Mi pelo voló de arriba abajo, de un lado al otro, por mi cara. Dash sacó el móvil y me hizo una foto justo cuando estaba medio levitando y con mi pelo hacia un lado, viendo mi cara de felicidad. Subí los brazos y doblé las rodillas para que quedara mejor.
Cuando terminé de saltar por el cansancio, fui con Dash para mirar las fotos a traición que me hizo.
—¡Dash!—le di en el hombro—¡Borra esa ya!
Era una en la que tenía el pelo en la cara y la lengua fuera. Qué crueldad.
—Ni de coña—se rio. Yo estampé mi mano de nuevo en su hombro.
Nos fuimos como a un circuito que solo había cuerdas para trepar.
Dash fue primero, iba de chulito y se metió una hostia que no se la esperaba. Me hizo reír demasiado, hasta casi me meo encima.
Menos mal que lo estaba grabando para luego utilizarlo en su contra.
Yo fui después. Lo hice todo del tirón, sin resbalarme en ningún momento. Estaba orgullosa de mí misma.
Cuando terminamos, nos fuimos como a una rampa con una cuerda para trepar.
Vale, ahí casi me dejo los dientes, pero me reí yo sola como una gilipollas.
Dash también se pegó una buena hostia. Me dolía el estómago de tanto reírme.
He de decir que nunca he tenido una cita en la que me haya reído tanto. Hace mucho que no me lo pasaba tan bien.
—¿Y ahí?—señaló a la gente que se tiraba con un flotador por una rampa gigante casi vertical.
—¡Primer!—eché a correr sin mirar atrás, pero Dash me alcanzó y me cogió por la cintura haciendo que suelte un grito. Me puso como si fuese un saco de patatas. ¿Por qué la gente siempre me coge así?
Cogimos un flotador y subí las escaleras para tirarme. Vi a mi acompañante grabando con el teléfono.
Esto no va a salir bien.
Llegó mi turno y el chaval me preguntó que si quería que me tirara hacia delante o hacia atrás.
No me lo pensé dos veces.
—Para atrás—dije muy decidida.
Me senté en el flotador y el chico me tiró hacia atrás. Y por instinto grité. La bajada era acojonante, pero me reí demasiado.
Cuando llegué abajo, había una pequeña rampa hacia arriba que me dio la vuelta. Caí como si me hubieran atropellado con el flotador encima.
La risa de Dash me hizo mirarle mal, pero no pude contenerme la risa.
Dash fue después y él se tiró para el frente.
Le llamé miedica, pero me ignoró.
Nos fuimos a una cosa muy rara y así se nos pasó la tarde. Entre risas y burlas.
Fuimos a cenar a un sitio de comida rápida que no conocía, pero según Dash, era la hostia.
Al final, no nos comimos las patatas fritas porque hubo una especie de guerra extraña.
Me acompañó hasta la puerta de mi habitación y se despidió de mí con un beso en la mejilla.
Editado: 15.10.2022