Dash
Como Ashley me dijo que estaba cansada y tenía agujetas, me fui a la cárcel para ver a mi verdadero padre repentino.
Le sacaron de la celda con las esposas que llevaba el primer y último día que le vi.
—Hola chaval.
—Buenas.
—¿Qué te trae por aquí?
—Me dijiste que volviera, ¿no? Pues aquí estoy.
Una sonrisa de alegría se le formó en la cara.
—Me alegra que hayas venido, Dash. Porque me aburro más que un muerto.
Solté un bufido que le hizo reír, y, he de decir que a mí también.
—Cuéntame algo. ¿Qué tal el trabajo?
—Todo muy bien, la verdad. Me gusta trabajar allí.
—¿Y las novietas?
Agaché la cabeza con una sonrisa estúpida.
—Eso es que hay alguna. Cuenta, cuenta.
—Es Ashley, va a la universidad. Es muy infantil, dulce, generosa, pero tiene su mala hostia, tiene muy mala hostia. El otro día la llevé a un parque de bolas gigante y nos lo pasamos muy bien.
—¿Tienes una foto?
—Muchas.
—Enséñame una.
Encendí mi móvil para entrar en la galería de fotos y la enseñé esa foto que me encantó. Estaba saltando en la cama elástica con su pelo a un lado y doblando las rodillas hacia atrás. A ella también le gustó mucho.
—Es muy guapa Dash. Me alegro mucho por ti.
—Y yo de mí, no te jode—bromeé.
—Ay, por favor, no me seas—dijo llevándose las manos a la frente—. ¿Habéis…?—hace un gesto con los dedos que me hace poner una cara de asco.
—¡No!—salté. Mi padre se echó a reír.
—¿Y a qué aspiras? Una tía así no se ve todos los días.
Le mandé una mirada asesina.
—Vale, vale. Como quieras, yo solo te doy mi consejo—se rio de su propio comentario.
Vaya padre…
Mónica
Estaba liándome con un chaval que conocí el otro día. Es muy majo y muy turbio.
Estaba en su cama casi desnuda, la verdad lo estaba disfrutando, pero… me faltaba algo más.
Me faltaba esa chispa que recorría mis venas al estar con alguien.
Esa chispa que tenía con Oliver, pero él no me hacía mucho caso, no me daba el amor que yo quería.
Le echaba tanto de menos que un día me iba a explotar la cabeza. Tenía tantas ganas de verlo, pero por otra parte no. Le había destruido por dentro, lo sabía. Sé cómo es, es muy sensible y cariñoso.
En vez del chaval, veía la cara de Oliver. Me tensé, parecía que me habían metido un palo por el culo.
—¿Estás bien?
—No puedo hacerlo—dije sin pensar. Le empujé y me puse la ropa que me había quitado—. Lo siento.
Y me fui.
Corrí por debajo de la lluvia a cántaros que caía para llegar a la persona que tanto extrañaba, que tanto quiero, y amo.
Iba descalza, pisando el césped mojado, corriendo sin parar.
Le entendería si no quisiera estar conmigo otra vez, pero lucharé por él, porque es lo mejor que me ha pasado en la vida y lo he echado a perder.
Llegué asfixiada a la puerta de su casa. Llamé sin aliento un par de veces.
La puerta se abrió y vi a Oliver sin camiseta, con un bol de palomitas en la mano.
Está haciendo una noche de cine… solo.
Las solíamos hacer muchos días, sobre todo los viernes, los viernes siempre había noche de cine con palomitas de colores porque a él no le gustan las normales.
—¿Qué haces aquí?
—¿Hay un hueco para la noche de cine?
Se lo pensó, pero me dejó pasar. Estaba empapada y me dio su manta para después ponerla sobre mi espalda.
—Oliver.
Me miró con seriedad. Con los ojos rojos.
—Lo siento mucho.
—¿Tengo que creerme eso? Porque vas por muy mal camino.
—Perdóname por favor—me arrodillé ante él. Él se quedó asombrado. Sabe perfectamente que no me arrodillo ante nadie.
Lloré, el llanto me inundó por completo los ojos y mejillas que ya estaban mojadas.
—Te quiero, y—me sorbí los mocos—, no tengo palabras.
Se tiró del pelo con las manos al borde del llanto. No, no quería que llorara.
—No te merezco. Entiendo que me mandes a la mierda, pero sabes que nunca pido perdón a nadie y, te lo estoy pidiendo, te lo estoy suplicando. Me he dado cuenta de que solo te quiero a ti. He sido una gilipollas.
No dice nada.
Me lo tomo como un “Vete a la mierda”.
—Solo quería que lo supieras. Mi puerta siempre estará abierta para ti—me doy la vuelta para irme, pero la mano cálida de Oliver coge mi mano con suavidad. La besa.
No sé muy bien qué puede pasar por su mente, solo espero que algún día me llegue a perdonar.
—Yo también te quiero, Mónica.
Isabella
Iba a pasar el fin de semana con mi familia porque era el cumpleaños de mi primo pequeño.
Lo malo de esto es que tenía que ver el imbécil de Marc. Me apetecía cero, pero bueno, no se puede hacer nada.
Llegué justo para la hora de comer. Saludé a mi familia con dos besos y un abrazo corto.
Mi enano chiquitito se hacía mayor.
Le dimos los regalos, y estaba muy emocionado. Hacia gestos raros y muecas que nos sacaron a todos una sonrisa menos a Marc.
Nos comimos la tarta de chocolate y la familia se fue a echar la siesta. Yo lo intenté, pero no pude pegar ojo.
Entonces llamaron a la puerta.
No dije nada, me hice la dormida, me quedé quieta todo lo que pude.
Alguien se tumbó a mi lado y pasó su brazo por mi cintura.
Ese aroma…
¡¿Marc?!
Aún así ni me moví. Enrosca mi pelo en su dedo con tranquilidad.
Pero eso no es lo que transmite.
—Sé que estás despierta.
Código rojo
Me doy la vuelta y quedo demasiado cerca de su cara. Me eché para atrás, pero no pude porque me pegué un coscorrón con la pared.
Bravo
—¿Para qué has venido?
—No quería estar solo.
—Pues lo siento, pero estaba durmiendo. Así que largo.
Editado: 15.10.2022