Andrés estaba nervioso, hoy era el día, tendría la audiencia con el juez, su abogado había
venido a comunicárselo y a darle algunas recomendaciones sobre su declaración.
Tenía sus libros de fotografías y los cuadernos que le traía Manu, donde escribía sus
notas, pero, no podía ponerle atención, no sólo estaba inquieto, por ir a Tribunales, es
que, desde que volvió a ver a Melina, a pesar de su dolor por la muerte de Carla, no podía
dejar de pensar en ella, desde que se había casado con Nicolás, nunca más la había mi-
rado como la bella mujer que era, siempre habían sido buenos amigos, y aunque a él le
gustaba la boocker, cuando ella eligió a otro hombre, respetó su decisión. Después cono-
ció a Carla toda su existencia se centró en ella, pero, ahora era distinto, Carla ya no esta-
ba, y no volvería a tenerla nunca más, él la amó mucho, aunque no sabia que fue lo que
lo enamoró de ella, si bien era hermosa, su carácter ciclotímico, e irascible, no era una
sus mejores cualidades, quizás la vio desprotegida, sin rumbo y con esa rebeldía casi a-
dolescente, quiso ayudarla, la quiso mucho e intensamente, pensaba que su amor la
haría cambiar que encontaría su camino y él estaría allí apoyándola y viendo su trans-
formación, se equivocó Carla no pudo salir de esa inercia, de esa vida que la atormen-
taba, no pudo confiar en él y eso tal vez la llevó a su propia destrucción.
Cuando volvió a encontrarse con Melina la miró con otros ojos, pudo verla como la veía
antes, admiró su cabello y esos ojos indecifrables, también notó que ella lo miraba de un
modo distinto, y pudieron hablar como si nunca hubieran interrumpido su conversación,
como si hubieran hablado el día anterior, todo surgía con espontaneidad.
Joaquín se encontraba en la sala de visitas, no sabía quien había ido a verlo, pero, desea-
ba que fuera alguien querido y que le trajera palabras de aliento y lo reconfortara, mien-
tras estaba sumido en sus pensamientos, escuchó el ruido de la puerta de la celda que
se abría y entró su compañero, lo vio contento, sus ojos irradiaban alegría y tenía una
sonrisa en los labios.
_ eh, Joaquín, buenas noticias?
_ excelentes, pasó lo impensable, Fernando ya está recuperado de su herida, y vino a pe-
dirme perdón y nos dimos un abrazo
_ bien, y ahora como sigue todo
_ bueno, mi hermano habló con mamá, le confesó que él tomó el cuchillo, dijo que quería
suicidarse, y que yo lo vi e intenté quitárselo, que en la lucha salió herido, que yo nunca
quise hacerle daño
_ pero, así no fueron las cosas, por qué no dijo la verdad?
_ no, claro, fue como yo te conté, pero, sabía que Fernando nunca diría lo que realmente
pasó, pero, lo importante es que retiraron los cargos, que pronto saldré de aquí, y lo me-
jor es que mi hermano aceptó lo que le propuse, yo coincidiría con su versión de los he-
chos, pero, con la condición de que fuera a rehabilitación.
Andrés se alegró por su compañero, pero, al mismo tiempo, sintió deseos de ser él, quien
dejara ese maldito calabozo, de todas maneras, sabía que Joaquín se lo merecía, era un
buen tipo y talentoso, lo felicitó y se dieron un abrazo.
_ mirá Andrés, no vamos a perder esta amistad, y quiero que sigamos en comunicación,
cuando salgas de aquí, que estoy seguro será pronto, nos vamos a encontrar y tomar un
trago juntos, además quisiera que me dieras tu autorización para escribir tu historia, claro
eso sería cuanto todo se aclare, y estés en libertad
_ claro, que sí es más me halaga que hayas pensado en mí para escribir tu libro, y estoy
seguro, que será pronto, y que tendrás un buen final, porque voy a salir de aquí y encon-
traré al verdadero culpable
_ seguro amigo, así será
Andrés se sentó en la silla plegable que había en la celda y volvió a pensar en la visita de
su abogado, trató de recordar todos sus consejos sobre como y qué declarar y como
comportarse ante el juez, además le pidió que estuviera tranquilo, ya que él estaría cerca
y lo vería cuando saliera de la sala de audiencias. Un rato después, vinieron a buscarlo y
salió a la calle custodiado por policías, se sintió bien aunque sea por unos instantes, pudo
respirar aire puro, trató de aspirarlo para que llenara sus pulmones.
Una vez dentro del palacio de justicia fue llevado a la sala del juzgado, caminaba por los
pasillos, con las esposas puestas aprisionándole las manos, se sentía seguro porque era
inocente, pero, había un temor que le oprimía el pecho, era el miedo a la verdad, esa ver-
dad que aun no estaba preparado para revelar.
Cuando terminó la declaración, salió de la sala, enseguida vio al doctor Ocampo, quien le
confirmó que lo llevarían de nuevo a la comisaría donde estaba detenido, en espera de la
respuesta del juez, quien diría si le concede la libertad bajo fianza o su traslado a una
cárcel.
_ cuando sabré la decisión del juez
_ tendrás que ser paciente, el magistrado puede tomarse hasta setenta y dos horas para
expedirse
Se acercaron los mismos policías que lo habían llevado, y lo condujeron de vuelta al móvil
policial para trasladarlo hacia la comisaría.
Durante el viaje pensó en todo lo ocurrido, lo que él había declarado, la verdad que él
sentía que debía contar, recordó la mirada del juez impenetrable, había también un escri-
biente, quien iba transcribiendo lo que Andrés decía, luego le mostraron el escrito donde
estaban impresos sus dichos, lo leyó despacio, y a conciencia como le había indicado su
abogado y luego de verificar que era exactamente lo que él había declarado, lo firmó.