Charly manejaba a gran velocidad, estaban a pocas cuadras, pero, era viernes por la
noche, el tránsito estaba denso, familias que decidieron ir al cine o a comer afuera, due-
ños de vehículos que sólo usaban el auto el fin de semana, comenzó a tocar la
bocina, como si fuera la sirena de una ambulancia o un camión de bomberos, al fin llega-
ron a pocos metros del edificio donde podría vivir Antonio Ocampo, estacionaron el auto,
ya frente al lugar había un móvil policial, los tres bajaron del coche y Charly se acercó al
patrullero, el detective conocía a uno de los policías de mayor rango
_ hola Pablo, hay novedades?
_ hola, ustedes no intervengan, nosotros nos haremos cargo de ahora en más, si de
verdad algo anda mal en ese departamento, pronto lo sabremos
_ claro, _intervino Manuel_ pero, vayan rápido antes de que sea demasiado tarde, es un
tipo peligroso, una muchacha puede estar en dificultades
Isabella había llegado al departamento de Antonio, a las ocho y media de la noche,
_ disculpáme chiquita, pero, no tengo una cena romántica ya lista, no me gusta cocinar,
por lo general, me cocina Paulina, mi ama de llaves, hoy le di el día franco, así podremos
estar los dos solos
_ no importa, Tony, querés que cocine yo? me encanta hacerlo, y más para las personas
que quiero
_ no te invité para que seas mi cocinera, Isabella, pediré algo por teléfono para los dos
que te gustaría comer?
_ ya conozco tus gustos, pedí vos para los dos
_ de acuerdo te apetece una copa de langostinos como entrada, y pollo al verdeo, acom-
ñado con ensalada, de postre, helado, tu preferido
_ sí quiero helado!, pero no sé si podré comer tanto
_ está bien, voy a pedir ese menú, comerás lo que quieras
Antonio hizo el pedido, Isabella observó el departamento, había pocos muebles se notaba
que su estancia allí sería temporal, tampoco había adornos, ni fotografías, estaba prolijo,
ordenado, pero, le faltaba ese toque personal, que debe tener un hogar.
Conversaron, se reían, Antonio contaba anécdotas divertidas, luego sonó el timbre, era el
muchacho del delivery, cenaron, Isabella, estaba feliz, disfrutaron del postre, que com-
partieron, riéndose, ella le daba con la cuchara en la boca y él hacia lo mismo, se prodi-
gaban mimos, luego se sentaron a tomar café, que preparó Isabella.
La joven fue hasta un mueble donde había un equipo de música, puso algo romántico, él
se levantó también, la abrazó, ella se dio vuelta, lo besó con pasión, Antonio la envolvió
con sus brazos, la besó hasta quitarle el aliento, bailaron al ritmo de una música suave
después ya no hicieron falta las palabras.
Antonio la condujo hacia la habitación, se fueron quitando la ropa uno al otro, sin dejar de
besarse, con brusquedad, como si no tuvieran tiempo, como si el deseo los devorara, él le
acariciaba los bien formados pechos, mientras le desprendía el sostén, ella le quitó la
remera, y apoyó su cabeza sobre su cuerpo desnudo, le acarició la espalda, se la recorría
con la mano como si fuera un mapa inexplorado, pero, al tocar su hombros sus dedos
advirtieron una cicatriz profunda en su hombro derecho, casi se hundieron en ella, su
cuerpo vibrante se tensó, empezó a sentir un miedo estremecedor, no podía ser que el
profesor, su profesor, fuera el hombre del que le habló Manuel, ya no podía responder al
fuego del hombre, estaba inerte, Antonio se dio cuenta y gritó furioso
_ lo sabías verdad, quien más lo sabe!, ahora que lo confirmaste, me tenés miedo, hacés
bien!
_ no sé de qué me estás hablando, no te entiendo
_ sí que lo sabés, estás temblando y no de pasión, es porque tocaste mi cicatriz
_ lo siento, no sabía que tenías una y al tocarla me impresionó por lo profunda, fue sólo
eso
_ sos una maldita mentirosa, descubriste la verdad y aunque me gustás mucho tendré
que deshacerme también de vos, pero, antes podemos divertirnos un rato
Isabella estaba muerta de miedo, pero, tenía que ganar tiempo, entretenerlo, no sabía qué
podía hacer ella sola, debía pensar, no debía permitirle salirse de nuevo con la suya y que
le arrancara la vida
_ qué pasó con Carla, Antonio, tuviste un romance con ella, la amabas?
El se rio, su risa sonó desagradable
_ me gustaba mucho, era mía
_ por qué la mataste?
_ ahora te lo puedo decir, total esta noche voy a eliminarte, me encantaba estar con ella,
era grandiosa en la cama, quería conservarla, pero, la muy idiota, decidió que quería
a Andrés, me citó en el departamento, no para vivir otra noche de pasión y lujuria, sino
para decirme que no quería volverme a ver, encima la traidora me exigió que le prometie-
ra que no se lo contaría a nadie, una mujer como ella, que ya había tenido otros amantes,
no iba a sacarme del medio como si tal cosa, a mí, al doctor Antonio Ocampo, por eso la
maté!
_ cómo encontraste la pistola?
_ lo sabía, la estúpida me lo había contado, dijo que Andrés la guardaba en la cómoda,
que a ella no le parecía bien, porque le temía a las armas
Isabella estaba desesperada, sentía que ya no podía hablar más, le repugnaba ese hom-
bre al que creyó amar, lo odiaba.
Antonio volvió a abrazarla y a besarla de una forma que le hacía doler la boca y el cuer-
po, no eran besos apasionados, sólo quería trasmitirle toda su ira y el poder que tenía
sobre ella, quiso gritar, para que alguien la escuchara, pero, no pudo, su grito fue mudo,
la arrojó sobre la cama, como si fuera una cosa, mientras apretaba su boca contra la de