Logan
Me fui a cenar con mi familia. Fue una cena triste y deprimente. Yo no dejé de pensar que Ashley estaba sentada a mi lado, cogiendo mi mano diciendo que hablara con mi familia.
—¿Qué tal el insti, Violetita?
—Como siempre—contestó mientras removía su comida sin ni siquiera mirarme.
La cena transcurrió en pleno silencio. No sabía si irme o quedarme, pero si no íbamos a hacer nada…
Un mensaje me distrajo de mis pensamientos. Encendí el móvil y era un número desconocido. Lo abrí y era una foto de Ashley metida en una jaula inconsciente.
Me levanté de la mesa haciendo que las copas temblaran.
—¿Qué pasa, hijo?—me preguntó mi madre sin preocupación
No dije nada, solo me fui corriendo a la puerta para irme en busca de mi compañera. No podía perderla.
Me fui a mi casa y con el ordenador hackeé su teléfono, mostrándome sus últimas llamadas, sus últimos mensajes y su localización. Había estado hablando con su hermano a escondidas, había más mensajes para Isa que no leyó, y su localización era cerca de aquí.
Cogí la moto y me fui pitando hacia la Frontera.
Hacía mucho tiempo que no iba a la Frontera. La Frontera era una playa a dos horas de nuestro pequeño pueblo. Por el camino atajé todo lo que pude y me salté la velocidad máxima, pero eso era lo que menos me importaba ahora.
Lo que me importaba era Ashley.
Mi fiera
No me dejes, Logan… No me dejes por favor…
Eso no iba a ocurrir nunca y ya debería de saberlo. Nada ni nadie me va a separar de ella porque no necesito gritar a los cuatro vientos que la amo, necesito gritárselo a ella. Que, aunque tenga unas ganas descomunales de matarla, no puedo hacerlo. Simplemente no puedo por una sola razón.
Tira más, joder. Tira de la puta cuerda.
Esa cuerda iba a ahorcar a los hijos de puta que la habían secuestrado. Porque no tengo miedo a las venganzas y no tengo miedo a lo prohibido.
Solo… Tengo miedo a fracasar.
Miedo al fracaso.
Si la matan…
Quité ese pensamiento de mi cabeza y aceleré más. Los conductores me iban gritando e insultando por la velocidad a la que iba. Me daba exactamente igual.
Átame a la cama y no me sueltes nunca. Joder, Logan, mátame. Mátame de una puta vez.
Llegué a la Frontera y aparqué mi moto entre los árboles. Había una fábrica delante de mi cara, y sin pensármelo dos veces, caminé a hurtadillas hacia ella. Era como una nave abandonada. Miré la localización del móvil y efectivamente estaba allí.
Me tropecé con una piedra en el suelo y me caí de cabeza, pero no en la arena. Notaba el sabor a metal en mi boca. Me había partido el labio.
Me levanté y donde me había caído había una trampilla. La abrí con cuidado y la observé. Como no veía nada, encendí la linterna del móvil. Había unas escaleras y no dudé en bajar. A lo mejor tenía un acceso al sótano de la nave.
Bajé las escaleras con mucho cuidado. Cuando terminé de bajar las escaleras, un olor a marihuana apestaba en toda la sala. Las pocas luces que había tintineaban a cada paso que daba. Iba con mucho cuidado cuando me tropecé con un macetero. El macetero se rompió en mil pedazos y solté todo tipo de maldiciones por ser tan gilipollas. Era estúpido.
Unos pasos retumbaron por la sala y me escondí en un armario. Sí, vale, era un sitio penoso, pero no había nada mejor, ¿vale?
La voz de una chica chillona me dejó sorda.
—Mientras mis padres no estén yo soy la que manda, ¿te queda claro, zopenco? ¡Mis padres son los máximos jerarcas de esta mafia y yo tengo el mandato cuando no están! ¡¿Has entendido?!—una chica de unos veinte años echó una bronca a un chaval. Espera un segundo, ¿había dicho “Mafia”? ¿Qué pintaba Ashley en una mafia?
—Vete a dar de comer a la chica esta. Con la Corte Sangrienta no se juega—le volvió a gritar.
¿La Corte Sangrienta? ¿Ese era el nombre de la mafia? Pues vaya puta mierda de nombre. ¿No había nada más original?
Salí del armario cuando la chica estaba de espaldas. Estaba regando la marihuana mientras cantaba una canción.
Le puse una mano en la boca y ella se asustó.
—¿Dónde está?
—Ummmmmm—se defendió, pero con la otra mano cogí mi navaja y se la planté en el cuello.
—Dime dónde está y no te mato, ¿vale?—ella asintió.
—No te lo diré. No traicionaría a mis padres—la castaña me dijo con superioridad.
—Tú lo has querido—deslicé la navaja por su cuello y cuando terminó en el suelo, le pisé la cabeza con fuerza.
No iba a perder mi tiempo con niñatas tontas.
Seguí con mi camino hasta llegar a un pasillo. En cada puerta ponía un número. Entré en la primera, pero había un montón de muertos apilados en una cama, la segunda no tenía mucho más, tenía cuerpos sin vida, y en todas las demás habitaciones. ¿Dónde coño tenían a Ashley?
Me enfadé conmigo mismo por ser tan inútil. Había unas escaleras que subí despacio. Revisé todo, pero no había nada.
Nada.
Nadie.
Escuché unos gritos familiares por la parte de arriba. Busqué otras escaleras, pero no había nada.
—¡Soltadme!—gritaron.
Definitivamente era ella y no tenía por donde ir. Se me ocurrió una idea, pero fue demasiado penosa. Miré fijamente a la ventana… Tenía que trepar por la ventana para llegar al piso de arriba. Me asomé un poco, pero no me dio vértigo, no me dio miedo en general porque no pensé en caerme mientras que la persona que amaba estaba arriba siendo torturada o vete tú a saber.
Me agarré de la otra ventana de al lado para colgarme de un pequeño tejado y meterme por la ventana. Cuando llegué, la ventana estaba cerrada. Solo tenía una solución.
Un estruendo retumbó dentro y fuera de la casa. Los gritos de Ashley se volvieron más fuertes. Me metí dentro de la casa con cristales clavados en los brazos y lleno de sangre.