¿Qué es el miedo y por qué dejamos que nos controle? Esto nunca tuvo mucho sentido para mí. Entrar en pánico solo te entorpece y reduce tus posibilidades de salvarte cuando tu vida está en peligro. Además, pasmarte en el peor momento. ¿Qué caso tiene hacer algo tan estúpido?
Es decir, no somos zarigüeyas. No necesitamos pretender que acabamos de morir ¿o sí? Que tu cuerpo decida quedarse inerte en vez de reaccionar con rapidez parece una burla. Tendríamos que ir mejorando, evolucionando si lo quieren ver así. Esta programación que llevamos muy adentro desde los tiempos de las cavernas ya no es necesaria. ¿Por qué seguimos recurriendo a ella?
¿Alguna vez funcionó sucumbir ante el temor? Yo no lo creo. Más bien parece algo que harían los cobardes y la gente débil, solo espero no ser una más, una miedosa que se priva a la primera señal de alerta. Eso sería en verdad…
—¡Mónica! —dijo en forma insistente mi mejor amiga.
—Amor, déjala escuchar su música —sugirió su novio, Luis.
Olvidé que aún llevo puestos los audífonos, a pesar de que no hay más canciones en mi teléfono. Ya escuché todo lo que tenía en él y seguimos sin ver ese “pueblo mágico” del que tanto hablaban.
—¿Cuánto más falta? —les pregunté—. Ya está oscureciendo.
—¿Tienes miedo, amiga?
—¡Claro que no! Es solo que… Luis ya debe estar cansado de tanto manejar.
Entonces, pude ver un brillo inusual en su mirada.
—Estoy bien —dijo muy seguro de sí mismo—. Puedo seguir otro rato sin problema. ¿Tú estás bien? ¿Quieres hacer una parada y estirar las piernas?
—¿Bromeas? —dijo Andrea—. ¿En medio del desierto?
—Sí. ¿Qué tiene?
—Podría haber serpientes o tarántulas ahí afuera, esperando a un incauto para morderlo en las piernas. No, gracias.
—En ese caso, hay un parque de remolques más adelante.
—¿Estás seguro, amor?
—Tiene baños. Y siempre están limpios.
—¿Cómo sabes todo eso? ¿Has llevado a otras chicas?
—Nos lo contó Manuel hace unos días. ¿Ya lo olvidaste?
—¡Sí, claro! Manuel —le reprochó su novia.
Andrea tiene una forma muy peculiar de ponerse celosa. Pero él no le ha dado motivos para pensar que es un sinvergüenza.
—Miren, ahí está —dijo Luis. Y señaló un letrero de neón con letras parpadeantes casi a punto de fundirse.
Enseguida, redujo la velocidad del auto.
—Última oportunidad —nos advirtió a las dos—. ¿Paramos o seguimos?
—¿Qué dices, Mónica? —preguntó mi amiga—. ¿Bajamos?
Y puso toda su atención en mí, ansiosa por saber mi decisión.
—Sí, por favor. Necesito ir al baño.
Me da pena admitirlo, pero viajar en el asiento de atrás de uno de estos compactos nuevos es una auténtica tortura y más en viajes largos. Andrea no se da cuenta por ser tan pequeñita, podría caber en la guantera del auto fácilmente.
—No se diga más —comentó Luis al tomar la desviación.
El parque de remolques no es como lo había imaginado, se ve muy sucio y descuidado. Aparte, solo hay una casa rodante en todo este terreno, tan mal estacionada que pareciera haber sido… no sé. ¿Abandonada? Pudieron robarla y dejarla aquí. Espero que no esté llena de maleantes.
—¿Dónde está la gente, amor?
—Hoy es lunes, muchos deben trabajar entre semana.
—¿Sabes qué? Mejor vámonos, este sitio no me gusta.
—Tranquila, vienes conmigo, yo te cuido —dijo con aplomo.
Sinceramente, dudo que Luis pudiera sacarnos de un aprieto. No es esa clase de hombre, es tan bajito como Andrea y nunca hace deporte. Aparte, es miope. No ve nada sin sus lentes de fondo de botella. ¿Qué podría hacer en una pelea?
Al menos es cauteloso. Antes de poner un pie afuera del carro da una vuelta al lugar, como buscando un sitio dónde aparcar, más no parece haber un alma aquí. El parque de remolques está completamente vacío.
—En serio tengo que ir —dije con impaciencia.
—Sí, ahora te llevo, dame un segundo.
Los baños no están lejos. Al acercarnos, veo las puertas de los dos abiertas y las luces encendidas, seguro prenden a la misma hora todos los días, varios de estos focos parpadean igual que el anuncio de neón. Están a punto de morir, ojalá alguien los cambiara.
A este sitio le urge un poco de pintura, no es para nada bonito y tampoco está limpio, como decía Manuel.
—¿Van a ir juntas? —preguntó Luis luego de apagar el motor.
—Sí, nos haremos compañía.
—Está bien, solo traten de no tardarse mucho.
—Cinco minutos, lo prometo.
Enseguida, abrieron las puertas y bajaron. Yo tuve que esperar un poco pues no tengo idea de cómo se levantan los respaldos.
—Luis ¿puedes ver si no hay… ya sabes, moros en la costa?
Los dos son precavidos, eso me tranquiliza un poco más. Luis fue al baño para revisarlo, mientras Andrea me ayudaba a salir del carro. Apenas siento mis piernas.
—Esto es una locura ¿no crees?
—Definitivamente —respondí cuando intentaba ponerme en pie y dar unos pasos.
—El clima es agradable al menos.
Los desiertos son extremadamente calurosos por el día, y muy fríos cuando se oculta el sol. Este no, gracias a Dios.
—Venga, debemos darnos prisa.
—Sí, ya voy.
No me entusiasma la idea de entrar ahí. ¿Cómo es posible que no tengan vigilantes? Deberían preocuparse por la seguridad de las personas que viajan de noche. Esas paredes tienen escrito “temor” por todas partes. Justo eso siento al acercame.
—Pueden usar los mingitorios —dijo Luis—, aunque uno de ellos parece estar tapado.
—Eso ya no me sorprende —le respondió Andrea.
—Las veré en el auto.
—Sí, está bien, amor.
Ella fue la primera en pasar, curiosa y cautelosa. Luego yo. El baño de mujeres no es muy grande. Apenas cuenta con tres inodoros malolientes dentro de cabinas pintadas con grafiti.
—¡Qué asco! —comentó mi amiga al mirar uno de los retretes y el estado en el que estaba—. ¿Hace cuánto no los lavan? Habría sido mejor seguir de largo.