Miénteme

UNO

Verano del 2016.

Como todas las historias de amor, está también comenzó en un verano, y eso fue lo que duró o quizás no.

Zed había entrado a la mejor universidad de la ciudad, con las mejores calificaciones, y con una fiesta inolvidable, que, por cierto, estuvo muy costosa. Ya que él era de una familia muy acaudalada.

Sus padres le cumplían cual sea el tamaño de su capricho, y como no era un hijo problemático, pues, se lo merecía. Además, era hijo único.

Por otro lado, Isis, ya no podía darse el lujo de estudiar la universidad, y justo cuando comenzó el verano, empacó, rentó un departamento en el tercer piso de un edificio, muy deteriorado, donde apenas le llegaba el agua. Y, comenzó a trabajar de camarera en un restaurante cerca del mismo.

Su madre era mayor y con tres hermanos menores, ella ya no podría estar dentro de los gastos de esa casa. Quizá, algún día, ella misma podría pagar sus estudios, pero por el momento tendría que trabajar para poder ayudar a su madre y pagar su vida.

Trabajar arduamente, doblando turnos, y limpiando después del que el ultimo comensal se retirase.

De propinas le iba de maravilla, era amable y muy bonita. Bueno, eso le decían los fanfarrones que creían que con un fajo de billetes las impresionarían.

Bueno, la historia comenzó justo así:

Eran las cuatro de la tarde, Zed estaba por verse con sus dos mejores amigos, ya que juntos celebrarían que, por fin, se habrían graduado del bachillerato y ya eran adultos.

Zed llegaba tarde a todos lados, a propósito, ya que, no le gustaba ser muy formal. Trataba de tener un defecto, porque odiaba que lo llamaran perfecto.

Sus amigos tenían novias, y él había terminado con la última hace meses.

Se estacionó dos cuadras lejos del restaurante, se acomodó la camisa abrochando el botón de su puño. Y colocando la alarma a su auto del año, caminó lentamente por la acera para poder reunirse con sus amigos.

El día estaba muy caluroso, y de inmediato se golpeó mentalmente por ponerse una camisa de manga larga.

Ya eran las cuatro y cuarto, Carlos ya le mandaba mensajes de que se apresurara, para poder ordenar todos juntos.

Pero Zed no tenía muchas ganas de convivir, porque cuando sus amigos salían con sus chicas, ni siquiera recordaban que él existía.

Cuando estaba a punto de cruzar la calle, la vio.

"¿Alguien puede enamorarse a primera vista?"

La chica tenía el cabello oscuro, corto hasta la barbilla, era baja de estatura e incluso de lejos él apreció los ojos celestes impresionantes que adornaban su delicado rostro.

Ella acababa de salir del restaurante del cual él estaba a punto de entrar, pero no lo hizo, se detuvo un minuto, mirándola pasar la calle, junto a él, hombro con hombro, sintiendo el aroma a lavanda y cebollas que desprendía su cabello.

Y se dio media vuelta, caminando a pocos metros detrás de ella.

Se detuvo varias veces.

Que estúpido era, nadie le había enseñado a acosar a una mujer.

Y en el momento que decidió regresar de donde venía, notó. Un hombre ebrio, que se acercó mucho a ella, justo en la entrada de un edificio demasiado viejo.

La chica levantó su bolso, para golpearlo.

Pero él quiso entrar al rescate, corriendo como sus zapatos finos le dieron a fuerza, y de un empujón, tiró al viejo sobre el pavimento.

—¡Déjela de molestar! —señaló, tratando de sonar rudo, pero Zed jamás en su vida había confrontado a nadie.

El hombre tomando su botella, se fue, dando pasos torpes.

—No necesito ser salvada —apuntó la chica, con una sonrisa divertida.

Zed la miró de cerca, ella era muy baja, le llegaba al hombro.

—Yo solo... —Se rascó la cabeza, avergonzado.

—Todos los días está aquí, siempre quiero monedas para su botella —indicó la chica—, a veces le doy un poco para que no me moleste, pero esta vez no tenía cambio.

Zed se sorprendió de cómo la chica le tomó la confianza para hablarle tan directamente. Las chicas de su colegio no lo hacían, nunca.

—Vienes siguiéndome desde que salí del trabajo —comunicó esta, provocando miles de colores en el rostro de Zed—, eres muy tonto, en un lugar como este, vistiendo así, tuviste suerte de que no te asaltaran.

Él no sabía qué decir, estaba humillado, por todo. Quiso verse heroico y resulto estúpido.

—Ven, te invito un vaso de agua para el mal paso.

—Soy Zed, por cierto —declinó, dando una mano.

—Isis —recibió, con una sonrisa.

Entrando al edificio, Zed percibió un olor a orín, cigarrillos y suciedad.

"¿Cómo una chica tan linda vivía en un lugar así?"

Y lo primero que buscó, fue un ascensor, pero no vio nada.

—¿Subes todas esas escaleras? —inquirió, señalando los peldaños, con asco.

—Sí, te acostumbras —respondió, encogiéndose en hombros.

Subieron, y subieron, hasta que Zed agradeció ver que ella se detuviera en una puerta.

—Pasa —dijo, abriendo la puerta de par en par.

El lugar era muy pequeño, un cuarto dividido en dos, y una puerta que seguro era el baño. Un mueble con un montón de ropa limpia sin doblar, la pequeña mesa llena de trastos sucios y una cama distendida. Pero, aunque todo estaba desordenado, el lugar olía a suavizante de tela y vainilla.

—Disculpa el desastre, doblo tantos turnos que a veces solo quiero dormir al llegar a casa —explicó Isis, vertiendo agua en un vaso limpio—, hoy me dejaron salir antes, pero no sé si podría ordenar, me muero del cansancio.

Le tendió el vaso, caminando a su cama, para quitarse los zapatos, y estirar los dedos de sus pies.

—No hablas mucho, pensé que me seguías por algo en particular.

Zed se puso colorado de nuevo; que chica tan intrépida.

Bebió el agua de un trago.

—¿Así ligan los chicos con clase? —inquirió ella, con una sonrisa pequeña en su rostro.

El móvil de Zed sonó, era Carlos, llevaba más de media hora de retraso. Pero él rechazó la llamada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.