Miénteme

TRES

La semana había pasado, sus amigos no le habían reprochado nada, y él no les había contado sobre Isis.

Ninguno de los dos se habían dado su número, entonces no sabía nada de ella desde esa noche. Y aunque tenía la idea tonta de que ella quisiera volver a verlo, porque él moría por volver a verla. Pero la diferencia era que él tenía un interés diferente, Isis solo de una noche.

—¿Nos dirás qué pasa contigo? —inquirió Carlos, chasqueando los dedos frente a Zed.

Despabiló, regresando en sí.

Estaban en los bolos, y el ruido de las bolas deslizarse por el suelo volvió a sus oídos.

—No es nada —aseguró, moviendo las manos al aire.

—Yake quiere volver a ese restaurante, el espagueti es grandioso.

Quizá era la forma de volver a verla, aunque sea de esa forma.

—Vamos, quisiera probarlo —animó, sin parecer que estaba dando ánimos.

Yake y Carlos se miraron mutuamente, sin saber qué le pasaba a su amigo. Toda la semana, distraído, no se reía de sus chistes y ni siquiera entraba a las pláticas más casuales.

—A ti no te gusta el espagueti —contestó Carlos, levantando una ceja.

Zed asintió, como si hubiese olvidado ese pequeño detalle.

—De todas formas, podría comer otra cosa —quiso mejorar lo que había dicho.

Salieron directamente al restaurante, no iban vestidos muy formales, pero era lo que menos importaba.

A Zed le temblaban las manos, y sudaban. Estaba nervioso, como cuando tenías tu primer enamoramiento a los diez, e ibas a ver a la chica que te gustaba en clase.

Y cuando se sentaron, Zed trataba de disimular, viendo a todos los meseros, intentando reconocer entre los demás.

—¿Qué desean ordenar? —La voz familiar lo hizo volver en sí, y cuando volvió el rostro, Isis estaba parada justo a su lado.

El corazón lo golpeó con fuerza, y sintió que el aire le faltaba. Pero ella no lo miró, ni siquiera un poquito. Era el más tonto de los tontos, así se sintió porque actuaba como adolescente recién enamorado.

Sus amigos ordenaron, y él pidió lo mismo, sin siquiera fijarse en ellos. Isis apuntó todo, y se marchó; a Zed le había dolido su indiferencia. Pero en el interior seguía muy animado en que podase mirarlo un poco.

—Es muy guapa —comentó Yake, mirándola mientras se alejaba.

—Un poco bajita a mi gusto —aclaró Carlos, haciendo una mueca.

Zed no dijo nada, de nada servía de todas formas.

Se torturó imaginando cuantos chicos habían estado con ella, a cuantos había tratado como desconocidos al siguiente día, y si era cierto que solo le gustaban chicos rudos.

La comida llegó, Isis no hizo contacto visual con Zed, y sus amigos seguían hablando de su belleza. Él se sintió hostigado, ni siquiera tenía apetito. Quería irse, y quería hacerlo ya.

A parte que se le hizo de mal gusto que sus amigos tengan novia y estuviesen hablando así de Isis.

—Ya quedó claro que es bonita —bufó—, ¿podemos hablar de otra cosa?

Carlos lo miró con el ceño fruncido.

—¿Qué te pasa? —inquirió Yake—, has estado aburrido hoy.

No contestó, jugó con su comida, e ignoró a sus amigos.

¿Realmente estaba enamorado?

¿Tan rápido?

¿O era un capricho?

Estaba acostumbrado a cumplir todos sus caprichos. Desde que tenía memoria, quizá este no sea imposible.

La hora de pagar la cuenta llegó, Zed puso su tarjeta, Isis se la llevó y cuando regresó dejó el ticket, recogiendo los trastos. Zed le dejó un billete de propina, y agarrando sus cosas, salió, un poco molesto.

—¿Quieres ir al club? —preguntó Carlos, dándole una palmada en la espalda.

—Irán las chicas —terminó Yake.

Zed estaba harto de las chicas, solo hablaban de ropa costosa y cabello de colores. Como su madre, era inevitable no ver a su madre en todas esas chicas de su círculo social, era fastidioso para él.

Negó, frunciendo los labios.

—Estoy cansado —aseguró, poniendo sus manos en los bolsillos.

Realmente estaba decepcionado.

Sus amigos se fueron, y él se quedó en su auto, masajeando sus sienes. Sacó la tarjeta de su bolsillo para meterla en su cartera; y cuando iba a hacer el ticket bola, notó que atrás estaba escrito algo.

“Salgo a las siete, espérame

Una sonrisa se elevó en su rostro.

Incluso tiró un gritó y golpeó el volante.

Lo había ignorado toda la cena, pero qué importaba, quizá lo hacía para pasar desapercibida. Toda molestia se esfumó por completo de su ser, estaba feliz, se había salido con la suya, ella también disfrutó estar con él y esa era la prueba de que quería volver a verlo.

No faltaba mucho para la hora, se comió un par de mentas, y salió de su auto, caminando al lugar acordado.




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